La historia de la fotografía suele
pasar de puntillas sobre uno de los medios más comunes en la siempre compleja
supervivencia económica de los fotógrafos, que es su dedicación a la
publicidad. La fotografía publicitaria tiene su propia historia, con sus hitos,
pero se escribe en otro libro. En ocasiones los fotógrafos publicitarios son
también excelentes retratistas y eso les permite vivir en dos mundos paralelos
a la vez. La exposición que el Archivo Fotográfico de Barcelona dedica a
reivindicar la obra artística de César Malet (1941-2015) contempla desde una
única perspectiva los tres fotógrafos que fue: el magnífico cronista
autobiográfico, el retratista privilegiado de una época de efervescencia
cultural y el soberbio fotógrafo publicitario. Las tres facetas consideradas
como caras de un mismo prisma, por cuya unidad y ausencia de jerarquías su
autor siempre apostó. Aunque no se trata del propósito externo de reivindicar
actividades diferentes, ni siquiera tampoco —como ocurre en los fotógrafos
publicitarios de referencia— de elevar las exigencias estilísticas del anuncio,
Malet inscribe todas sus tomas, sea cual sea su intención, en un ámbito
conceptual superior al de la mera imagen, que se podría denominar: expresiones de la libertad. Aquella libertad que durante los años 50, 60
y 70 estaba ausente de la sociedad donde vivía y que él se arrogó para sí mismo
y para el conjunto de su obra
fotográfica. Entre los papeles expuestos en las vitrinas, un lúcido casi
manifiesto programático ofrece la clave: su práctica fotográfica, que despreciaba
los géneros estancos, aspiraba a mostrar, al completo y en toda su complejidad,
densidad de pensamiento.
Este
conjunto de lemas, que iluminan su visión «del mundo, el arte y la sociedad» y
que suponen una actividad fotográfica unificada a través de una dimensión
filosófica, podría parecer una mera proclama coyuntural. Sin embargo, a poco
que uno se pasee por la exposición no le va a costar ver cómo los conceptos
subrayados prenden en cada una de las tomas como una conciencia que actúa en el
mismo instante del encuadre y del disparo de la cámara. Enunciados que parecen
genéricos, como «Experiencias simultáneas», «Individuo consciente» y «Toma de
conciencia inmediata», cobran relieve y concreción en una fotografía, por
ejemplo, cuyo título se puede tomar como un emblema: «Sesión de moda de la
firma Santa Eulàlia en las barracas de Montjuïc, 1960». Es el título, pero la
realidad fotográfica de la imagen —el elegante vestuario de la elitista
sastrería del Paseo de Gracia en el interior de una barraca, junto a ladrillos
no revestidos, cajas de botellas vacías apiladas, sifones vacíos y una
damajuana, todo en perfecto caos— lo convierte en la corporeidad de un
pensamiento.
Otros de
los conceptos de una vida concebida con libertad es «Desnudo». La historia de
la fotografía ha concedido al desudo humano un valor simbólico, sin duda,
excepcional. Sea con una proyección artística o meramente erótica, o ambas
fundidas, César Malet perteneció a una generación cuya juventud y madurez
transcurrió en la imposibilidad de afrontar el desnudo de una forma clara,
abierta y natural. El erotismo, por otra parte, resultó un ingrediente
indiscutible del momento —presente en la obra de los escritores, cineastas,
artistas e intelectuales, a quienes también retrató desde la amistad—, y
posiblemente el término programático «Desnudo» expresara también esta
reivindicación generacional. Malet no podía censurarse a sí mismo el
fotografiar cuerpos desnudos. Joan de Sagarra opina lo mismo en una columna
periodística de la época: «César Malet, joven fotógrafo con una rara
sensibilidad e indiscutible talento, nos muestra a través de sus fotografías
[toda la belleza de ese cuerpo sorprendido por el alba] esa «luz inoportuna»
que, según el poeta, escupe el alba, un alba con la que el fotógrafo, como un
chiquillo maravillado, colabora con la cámara en un crimen cotidiano.
¿Complacencia, autocomplacencia? Pues sí. Y también arte auténtico y auténtico
erotismo».
Se
refiere a la serie «Informe personal sobre el alba», que se publicó junto a
textos de Carlos Barral. Pero también podría incluir la espléndida serie «Res»
de 1967, donde primerísimos primeros planos, con la ayuda de pequeñas piedras
porosas y circulares, desvelan otra dimensión del cuerpo humano desnudo. Y sus
desnudos, que se encuentran sin duda entre los más extraordinarios de su siglo,
no solo se ensimismaron en placas que resultarían admirables hoy en cualquier
sala de exposiciones del planeta, sino que además las entregó a la imprenta
para que se reprodujeran como cubiertas de libros de la época. La afirmación de
que Malet trabajaba con un único concepto fotográfico se comprueba en estas
prácticas. Y ese concepto era la libertad.
También de los prejuicios profesionales de cualquier especie.
Los
libros en los que mostró sus trabajos fotográficos, puesto que solo organizó
una exposición antológica al final de su vida, no fueron nunca, tampoco,
publicaciones de fotógrafo. Ya se ha citado el Informe personal sobre el alba de Carlos Barral, que César Malet reinterpretó
en imágenes de un desnudo. Otro título célebre fue Infame turba (1971), una
colección de espléndidas entrevistas a escritores —tanto de la generación del
50 como de la del 68— realizadas por el escritor mexicano Federico Campbell
(1941-2014), que César Malet —ambos tenían la misma edad— ilustró con
veintiséis retratos que durante mucho tiempo conformaron la imagen pública de
estos escritores. En la exposición se pueden admirar veintiuno de estos retratos
y los contactos de algunos, donde las marcas caligráficas han dejado rastros de
las dudas y decisiones del fotógrafo a la hora de elegir la placa que se iba a
publicar.
Junto a
estas dos variantes —la fotografía publicitaria, y también la artística, pues
ambas partían de la misma investigación formal, y los retratos generacionales—
la tercera, como cronista de su época, le sitúa entre los grandes fotógrafos
catalanes, tanto de la generación anterior (Colom, Català-Roca, Terré, Masats) como
de la suya (Miserachs), junto a los que rara vez se le cita. Realiza una
crónica de raíz biográfica. Prende durante el servicio militar en Sidi-Ifni y
se desarrolla en los lugares y ambientes que frecuenta. Y en cada una de las
series aprovecha la ocasión para deslizar un autorretrato, que le sirve también
como otro concepto, junto al de la libertad, que engloba la actividad
fotográfica: el vínculo autobiográfico que le exige a su labor de cronista.
Como si cada foto expuesta fuera, en realidad, un poema lírico. Incluso las
imágenes de cronista que no tienen, en apariencia, nada que ver con el
fotógrafo, las reúne, absorbiéndolas, con el lema: «Elección personal del
autor». César Malat fue un extraordinario fotógrafo y, además, en su práctica,
uno de los más lúcidos teóricos del arte fotográfico, cuyas ideas es posible
que aún sigan ocultas en sus negativos, pendientes de ser reveladas.





