A las órdenes de mi
Capitán. Le escribe a mano el sargento Müller ante la imposibilidad de
cualquier otra comunicación desde el puesto de control en el paso fronterizo de
Drewitz-Dreilinden durante las horas finales del día de hoy, 9 de noviembre del
año en curso. En esencia el mensaje que deseo transmitir es que carecemos de
instrucciones. Multitud de automóviles se agolpan ante las barreras bajadas.
Pero no ha llegado a esta oficina ningún tipo de disposición sobre cómo actuar
ante esta circunstancia. Los ciudadanos que los conducen hacen sonar las
bocinas insistentemente. Los pasajeros que transportan han abandonado los
vehículos y sobre el asfalto de la pista organizan actos que parecen festivos:
tocan instrumentos de música, bailan, cantan, ríen y con frecuencia se reúnen
en coros de abrazos. Algunos recogen leña de los alrededores y la organizan con
la intención de encender fogatas de pequeño tamaño. Incluso se observa la
acumulación de personas que se acercan a pie hasta el lugar, bien caminando por
la carretera, bien atravesando el bosque contiguo. Unos y otros se suman de
manera espontánea al jolgorio generalizado. Ante esta coyuntura los agentes
destacados en Drewitz-Dreilinden no disponen de órdenes concretas sobre cómo
actuar frente a la población. Y mi rango no me permite tomar decisiones en el
sentido con el que habitualmente se reprimen los actos de insubordinación y
escándalo moral. No tenemos instrucciones adecuadas para esta circunstancia.
Si quiere que le sea sincero, mi Capitán, el vacío de comunicación
y notificaciones en el que llevamos horas sumidos, junto a la euforia
generalizada de la población, crea en los hombres un estado de estupefacción
con el que va resultar difícil recuperar el orden en este puesto de control. Mi
rango me impide interpretar de un modo correcto el silencio jerárquico al que
asisto como respuesta a los acontecimientos del día de hoy. Temo que cualquier
decisión que asuma, ante esta completa falta de directrices, pueda pasarme un
día factura ante los funcionarios del Ministerio para la Seguridad del Estado,
a los que no les va a costar centrar en mi persona tanto la ausencia de
respuesta ante la situación por parte de este puesto de control, como cualquier
determinación que pudiera tomar, en el uso del mando que me corresponde, y que
juzgado sin las circunstancias que me rodean en el presente pudiera
considerarse erróneo, o incluso delictivo. Porque la total ausencia de una
orientación clara por parte de las autoridades de las que esta misión depende
no implican solo una actuación de orden público, sino quizá una aplicación de
un nuevo orden que desconocemos y cuyo margen, permita mi Capitán que se lo
esboce con las dudas que mis hombres y yo poseemos, en este momento va desde la
reacción más firme, con la represión cruenta del incívico comportamiento
generalizado, hasta la dejación absoluta de nuestras obligaciones abriendo las
barreras y permitiendo que los ciudadanos que así lo deseen abandonen el país.
Ha de comprender que resulta un margen de gestión del orden público
excesivamente amplio como para que un sargento tome una determinación en un
sentido o en otro, y no acabe por ello en el calabozo más oscuro de Hohenschönhausen.
No es mi propósito, ni forma parte de mis atribuciones, cuestionar el modo de administrar las comunicaciones desde la jerarquía a la que me debo y obedezco. Sin embargo, ha de reconocer mi Capitán que la actual dejación de responsabilidades en la cadena de mando, frente a los insólitos acontecimientos a los que mis hombres y yo nos enfrentamos, empujan nuestra situación hasta un lugar límite que desconozco cómo gestionar en relación al orden establecido. No ignoro, tampoco, que el silencio que recibo en todos los sistemas de comunicación con el mando he de trasladarlo a mis hombres, y que alguno puede no estar de acuerdo con la inacción de este momento, puesto que en cuestión de orden público la no actuación equivale a una clara actuación en un sentido opuesto al de nuestro ordenamiento jurídico, y en estos momento, del mismo modo que yo le escribo a usted, cualquiera de los agentes bajo mi mando puede estar redactando un informe sobre la situación de caos ciudadano y sobre mi no reacción reglamentaria ante ella para su contacto en la Stasi, de modo que este cero órdenes que recibo ya esté contando en mi expediente como una actitud antagónica al orden democrático y social del Estado. Es decir, mi Capitán, que esta noche me la juego y me temo que mi destino ya no dependa de mí, ni de mi actitud o decisiones, sino de una fuerza superior, que de momento se muestra ingobernable, sobre cuyo enigmático dictado no parece que haya nadie capaz de elaborar ninguna instrucción. Porque si cae usted, caigo yo detrás, y si cae el coronel, cae usted, y si cae el general, cae el coronel y si cae el presidente esta noche cuando se abran las barreras, nos precipitamos todos detrás. No sé si me entiende. Y tampoco sé si desvarío o exagero. Eso nos lo dirán los acontecimientos que, creo, ya nadie en la jerarquía consigue controlar. Me pregunto si no debería ordenar que mis agentes se desprendan del uniforme y vayan con los automovilistas a bailar abrazados en torno al fuego en mitad del asfalto.

