CARTAS AL s XX | 9 de noviembre de 1989, jueves. No tenemos instrucciones


A las órdenes de mi Capitán. Le escribe a mano el sargento Müller ante la imposibilidad de cualquier otra comunicación desde el puesto de control en el paso fronterizo de Drewitz-Dreilinden durante las horas finales del día de hoy, 9 de noviembre del año en curso. En esencia el mensaje que deseo transmitir es que carecemos de instrucciones. Multitud de automóviles se agolpan ante las barreras bajadas. Pero no ha llegado a esta oficina ningún tipo de disposición sobre cómo actuar ante esta circunstancia. Los ciudadanos que los conducen hacen sonar las bocinas insistentemente. Los pasajeros que transportan han abandonado los vehículos y sobre el asfalto de la pista organizan actos que parecen festivos: tocan instrumentos de música, bailan, cantan, ríen y con frecuencia se reúnen en coros de abrazos. Algunos recogen leña de los alrededores y la organizan con la intención de encender fogatas de pequeño tamaño. Incluso se observa la acumulación de personas que se acercan a pie hasta el lugar, bien caminando por la carretera, bien atravesando el bosque contiguo. Unos y otros se suman de manera espontánea al jolgorio generalizado. Ante esta coyuntura los agentes destacados en Drewitz-Dreilinden no disponen de órdenes concretas sobre cómo actuar frente a la población. Y mi rango no me permite tomar decisiones en el sentido con el que habitualmente se reprimen los actos de insubordinación y escándalo moral. No tenemos instrucciones adecuadas para esta circunstancia.

Si quiere que le sea sincero, mi Capitán, el vacío de comunicación y notificaciones en el que llevamos horas sumidos, junto a la euforia generalizada de la población, crea en los hombres un estado de estupefacción con el que va resultar difícil recuperar el orden en este puesto de control. Mi rango me impide interpretar de un modo correcto el silencio jerárquico al que asisto como respuesta a los acontecimientos del día de hoy. Temo que cualquier decisión que asuma, ante esta completa falta de directrices, pueda pasarme un día factura ante los funcionarios del Ministerio para la Seguridad del Estado, a los que no les va a costar centrar en mi persona tanto la ausencia de respuesta ante la situación por parte de este puesto de control, como cualquier determinación que pudiera tomar, en el uso del mando que me corresponde, y que juzgado sin las circunstancias que me rodean en el presente pudiera considerarse erróneo, o incluso delictivo. Porque la total ausencia de una orientación clara por parte de las autoridades de las que esta misión depende no implican solo una actuación de orden público, sino quizá una aplicación de un nuevo orden que desconocemos y cuyo margen, permita mi Capitán que se lo esboce con las dudas que mis hombres y yo poseemos, en este momento va desde la reacción más firme, con la represión cruenta del incívico comportamiento generalizado, hasta la dejación absoluta de nuestras obligaciones abriendo las barreras y permitiendo que los ciudadanos que así lo deseen abandonen el país. Ha de comprender que resulta un margen de gestión del orden público excesivamente amplio como para que un sargento tome una determinación en un sentido o en otro, y no acabe por ello en el calabozo más oscuro de Hohenschönhausen.

No es mi propósito, ni forma parte de mis atribuciones, cuestionar el modo de administrar las comunicaciones desde la jerarquía a la que me debo y obedezco. Sin embargo, ha de reconocer mi Capitán que la actual dejación de responsabilidades en la cadena de mando, frente a los insólitos acontecimientos a los que mis hombres y yo nos enfrentamos, empujan nuestra situación hasta un lugar límite que desconozco cómo gestionar en relación al orden establecido. No ignoro, tampoco, que el silencio que recibo en todos los sistemas de comunicación con el mando he de trasladarlo a mis hombres, y que alguno puede no estar de acuerdo con la inacción de este momento, puesto que en cuestión de orden público la no actuación equivale a una clara actuación en un sentido opuesto al de nuestro ordenamiento jurídico, y en estos momento, del mismo modo que yo le escribo a usted, cualquiera de los agentes bajo mi mando puede estar redactando un informe sobre la situación de caos ciudadano y sobre mi no reacción reglamentaria ante ella para su contacto en la Stasi, de modo que este cero órdenes que recibo ya esté contando en mi expediente como una actitud antagónica al orden democrático y social del Estado. Es decir, mi Capitán, que esta noche me la juego y me temo que mi destino ya no dependa de mí, ni de mi actitud o decisiones, sino de una fuerza superior, que de momento se muestra ingobernable, sobre cuyo enigmático dictado no parece que haya nadie capaz de elaborar ninguna instrucción. Porque si cae usted, caigo yo detrás, y si cae el coronel, cae usted, y si cae el general, cae el coronel y si cae el presidente esta noche cuando se abran las barreras, nos precipitamos todos detrás. No sé si me entiende. Y tampoco sé si desvarío o exagero. Eso nos lo dirán los acontecimientos que, creo, ya nadie en la jerarquía consigue controlar. Me pregunto si no debería ordenar que mis agentes se desprendan del uniforme y vayan con los automovilistas a bailar abrazados en torno al fuego en mitad del asfalto.