La luna, acodada en la ventana, se contempla en el reflejo del
cristal. El perro duerme. Los gatos regresan de su excursión nocturna. En sus
camerinos, los pájaros de la última camada repasan en silencio la partitura del
amanecer. Las rosas trabajan dentro del taller de sus raíces en el color que
dominará el día.
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La tormenta se acerca con pasos oscuros e imprecaciones
lumínicas por el oeste. La realidad la contempla con desconfianza.
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Después de años de devastación por la cochinilla del carmín,
las chumberas florecen con exageración, con brotes en cada rincón de las palas.
Lo anoto como un argumento optimista.
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El mejor plan para el día es carecer de propósitos en la
salida. Nada hay tan creativo como improvisar. Lo planeado, ya ha ocurrido en
lo previsto.
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Duermo con el silencio de los pájaros y sus cánticos también despiertan
los míos.
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Los días de lluvia son ideales para caminar por el paseo
marítimo. Solo hay que compartirlo con las gaviotas.
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Después
de pronunciada una palabra, cobra sentido cuando se escenifica.