Reconozco
el itinerario de memoria, pero sigo contando las paradas del autobús para saber
dónde he de bajar como si estuviera en una ciudad desconocida.
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Al
caminar leo los rótulos de los comercios para encontrar tipografías feas o mal
resueltas con las que pelearme.
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Doy
un paseo perimetral por el parque, pegado a las rejas para imaginar que estoy
dentro de lo que encierra.
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Que
la palabra «cita» nombre una frase sapiencial y un encuentro íntimo entre
personas desconocidas no puede haber sido fruto de la casualidad.
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Si
a las terrazas de los bares las denomináramos «parterres» mejoraría mucho el
aspecto fantasioso de la ciudad.
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Que
nadie se fije en personas cuyo aspecto carece de cualquier tipo de atracción se
debe solo a que no se conoce su nombre.
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Me
pregunto si en los desiertos también se producen espejismos temporales.