3, martes. Agosto. Brevedad y tiempo

Ahora una carta electrónica llega mucho antes que el medio más rápido del siglo XX. No se suele pensar demasiado en este cambio de hábitos. El telegrama fue el recurso para las urgencias que se extendió durante décadas. Hace dos o tres años Correos, que aún mantenía el servicio, aunque solo se utilizaba para felicitar cumpleaños, lo cerró. No más telegramas. Un telegrama era un giro de guion: o el anuncio de un premio; o, lo más común, de un fallecimiento. No resultaba raro ver a una persona buscando un taxi con un telegrama en la mano. Cuando el taxista se detenía, el alterado cliente le preguntaba: «¿Puede llevarme usted a Burgos?».

            Es exactamente lo que hizo un día mi padre con la noticia del fallecimiento de su madre, mi abuela Albina, en la mano. Casi ni le dio tiempo a mi madre a dejar a mis hermanas con alguien, y a mí, que tendría unos diez años, me permitieron subir al taxi. Mi primer gran viaje en coche. Nos detuvimos a cenar en Zaragoza, en un restaurante enorme, techos de basílica, abarrotado. Mi gesto sin duda eran dos ojos de par en par tratando de captar matices inéditos de la realidad. Aún recuerdo lo que más me impresionó. Los moños que lucían las mujeres. Un concurso no hubiera reunido tantos. Arrancaban en la nuca desnuda y se alzaban imperturbables muy por encima de la línea craneal. Competía la variedad de formas en cada cabeza, que se lograban gracias una diestra distribución estructural de horquillas. Después del postre, el taxista pidió un café y le sirvieron una taza casi vacía, con un culo en el fondo de un brebaje denso y oscuro. Se habló un rato sobre el café y los viajeros regresamos a la carretera. Me dormí soñando con los moños estrambóticos que había visto, un sueño que reapareció durante años. De madrugada llegamos al pueblo. Mi padre me subió en brazos hasta una cama y yo, que iba despierto, me hice el dormido.

            Infinidad de tareas que durante el siglo XX ocupaban un tiempo, ahora se resuelven en un santiamén. Ensobrar la carta, sellarla, buscar un buzón, aguardar a que llegara, esperar la respuesta que hoy se lee en segundos, lo que se tarde en teclearla. Y no digamos las horas que pasamos en aquel viaje por humildes carreteras de un único carril por sentido, curvas pronunciadas por todas parte y socavones frecuentes. ¿Cuántas ocupaciones cuyo cumplimiento ahora aún consume un tiempo en el futuro inmediato serán más breves, o incluso instantáneas? Es una pregunta que no despierta ningún entusiasmo, porque a estas alturas del siglo XXI ya se sabe de sobras que la brevedad de las tareas consume infinitamente más tiempo personal que su proceso dilatado.