19, viernes. Febrero. Encomio de lo no leído

Escribir en la piel del amante posee una antigua tradición libertina. A los heterodoxos del siglo XVIII les gustaba redactar cartas sobre una persona desnuda. Les parecía el hecho más sacrílego ante la sociedad puritana e intransigente que detestaban. Lo que me atrae de esta idea no es la parte erótica, sino la literaria. En aquella época aún se pensaba que la escritura formaba parte de lo trascendente. Y era capaz también de proporcionar al sexo, la gran aspiración, una dimensión mayor que la fisiológica, casi una filosofía de vida combinado con la palabra. El sexo trivial que practicaban dejaba así de serlo y se convertía en un rito iniciático gracias a la tinta.

La escritura sobre la piel, ahora un hecho trivial si se tiene noticia de su existencia, sigue el sentido contrario al que emprendieron los libertinos del XVIII. Devuelve a la piel —no leída por no publicada— el misterio que ha perdido con la trivialización de la intimidad. Si en épocas de ocultación lo explícito goza de un sentido; en las explícitas ha de tener significado por lógica solo lo implícito, aquello que permanece callado. El pudor, la opción clandestina.