7, viernes. Agosto. Narcisos. Práctica del epigrama, 14



De la mayor parte de las palabras que se usan en una conversación no se recuerda cuándo fueron aprendidas. Ni, en general, parece que ese olvido importe lo más mínimo. Quizá por eso resulte relevante que dentro del significado de algunas escasas palabras, por acaso, cada cual haya incorporado la imagen del momento en el que las conoció. Por ejemplo, recuerdo perfectamente cuándo aprendí a reconocer la palabra narciso. O, más exactamente, cuándo aprendí a identificar las flores con ese nombre. Fue en Lisboa. Era un estudiante de letras y un muchacho urbano. Miraba a mi alrededor las flores y los árboles y pensaba que tenía una burbuja en mi cabeza llena de aire. Un día de invierno, sería enero o febrero, me sorprendieron unas flores amarillas que vi en un parterre lateral, decorado con azulejos de época, en la Avenida Liberdade. Me acompañaba un conocido que trabajaba como administrativo en la embajada y estudiaba portugués conmigo. Era unos años mayor que yo, y cuando me vio entretenerme con las flores me dijo, didáctico: «Son narcisos». Nunca he olvidado las flores, su nombre ni aquel invierno. Todo junto forma parte ya de un único significado.