7, jueves. Noviembre. La moda de la ropa acuchillada



En clase surge una pequeña controversia. Uno de los alumnos, quizá el que cuida con mayor esmero su indumentaria, es devoto de los pantalones caídos. Una moda que ocasiona algunos rechazos, pero que posee una innegable virtud: comprobar que cada día se ha cambiado el calzoncillo, pieza que queda no solo entrevista, sino claramente visible.
     Les pregunto de dónde nacería esta moda y al unísono me responden que en las prisiones americanas. Me parece que no fue así, les digo. Mire Internet, me responden. Enciendo el ordenador y la pantalla, y emprendemos una pequeña búsqueda. En efecto, en un primer vistazo aparece esta explicación en una treintena de sitios web de treinta resultados posibles: «los reclusos de las cárceles de EEUU empezaron a llevar los pantalones caídos por la prohibición de utilizar cinturones, un arma potencial contra otros reclusos o para autolesionarse». Con un poco de paciencia abrimos las treinta páginas, en cada una de ellas copio y pego en un documento la frase donde afirma esta teoría del origen, y el resultado es sorprendente: treinta frases idénticas. Revistas de moda, sitios de divulgación —incluso histórica—, de curiosidades, de noticias, blogs personales… no solo repiten un mismo texto, sino que incluso lo ilustran todos con las mismas fotos y dibujos como hemos comprobado. Eso es Internet. Las certezas por repetición. O mejor, por clonación.
      A mí me gusta más, les digo, mi teoría. La leí hace años en la página de un periódico del que, a diferencia de la teoría expuesta en Internet, ignoro qué camino se puede seguir para recuperarla ahora. Tampoco me acuerdo de los detalles, aunque me pareció bien documentada. Más o menos la historia era así. En cierta época —he olvidado también la década del siglo XX— el ejército americano se deshacía de excedentes del vestuario de trabajo que en sus almacenes carecían de salida. Se trataba, en general, de ropas de tallas muy grandes que tenían un uso escaso, pero que quizá por las inercias burocráticas se fabricaban en igual número que las tallas corrientes. El caso es que de vez en cuando, en los mercadillos de Brooklyn y de otros barrios periféricos, aparecían a la venta unos tejanos de extraordinaria calidad a un precio ínfimo, que las madres de los suburbios obreros compraban para sus hijos, aunque estos usaran diez números de talla menos. Al cabo de poco tiempo, centenares de jóvenes esbeltos y musculosos lucían por las calles unos fantásticos pantalones de la talla 45 que les resbalaban por la cintura y les sobraban por todas partes. Y esa excentricidad al poco tiempo dejó de serlo y se convirtió una década más tarde en una moda.
     De hecho, continúo la explicación, no es la primera vez que ocurre. Mi única obsesión en las clases es esta, entrelazar el presente con el pasado, aunque normalmente lo hago al revés, conecto formas y contenidos de la historia de la literatura con hechos del presente que el alumnado pueda reconocer enseguida, como Enkidu y Tarzán. El inicio del fenómeno de la moda en nuestra era, tal como hoy la comprendemos, se puede situar en el Renacimiento. Tras mil años de vestuario heredado y gremial, pues los medievales se vestían con el uniforme de su estamento o de su gremio, el siglo XVI revolucionó ideas y costumbres. De repente, cada cual quería vestir conforme a su propio criterio. No existen transformaciones ideológicas que no hayan prendido antes en los hábitos cotidianos. Se puede documentar esta manía obsesiva por el vestuario singular en algunos relatos de la época. Por ejemplo, el diplomático centroeuropeo Siegmund von Herberstein (1486-1566), que desempeñó 69 misiones fuera de su país y fue además autor de una obra notable sobre la vida en Rusia, escribió al final de sus días unas memorias en la que se ocupó casi al completo por describir con todo detalle cada uno de los trajes que se había mandado confeccionar. O el prodigioso caso de Matthäus Schwarz (1497-1560), contable de la familia de banqueros más importante de Alemania, quien a los veintitrés años encargó un retrato con sus mejores ropas y continuó haciéndolo durante los cuarenta años siguientes, hasta reunir una colección de 140 acuarelas con todo su vestuario al completo. Un conjunto que encuadernó en piel y denominó Libro de los Trajes. Título que a partir de entonces tendrían muchos libros de éxito.
      Estos desafueros —que sin embargo no nos resultan tan extraños— documentan la ofuscación de las clases altas por su vestuario, pero el origen de los pantalones caídos no está relacionado con el gusto por la moda de las clases altas, claro, sino con un fenómeno paralelo entre las clases populares. Que también se produjo en el Renacimiento, quizá por vez primera.
    A lo largo del siglo XV paulatinamente el vestuario masculino se había ido ajustando más al cuerpo, de modo que a principios del siglo XVI se daba la circunstancia entre los soldados que el vestuario que obtenían como botín de las batallas que vencían, quitándoselo a los adversarios caídos o apresados, les resultaba inútil o incómodo si no coincidían las corpulencias de vencido y vencedor. Antes de renunciar a las ropas requisadas, de un gran valor en la época, a algunos soldados se les ocurrió acuchillarlas, para hacerlas más holgadas, aunque por la parte rajada aflorara el recubrimiento interior de la prenda —plumas, algodón u otros tejidos—; un color diferente que asomaba desde dentro de la rasgadura. Esta nueva costumbre causó sensación en la época y así otros soldados que no lo necesitaban acuchillaban igualmente las suyas como gesto de identidad. Calzas y jubones acuchilladas se extendieron como modelo que rompía lo monótono del vestuario común y pronto aparecieron en el mercado telas previamente acuchilladas. Y el paso siguiente tampoco se demoró. La ropa de lujo absorbió la innovación y los más altos dignatarios aparecen retratados en la época con vestuario en el que múltiples aberturas lineales dejan ver el tejido interior de las prendas. Para comprobarlo les muestro un par de imágenes:

Bernardino Licinio - Retrato de Ottavio Grimani - 1541

Georg Pencz - Retrato de muchacho sentado - 1544

La primera, el retrato de Ottavio Grimani, Procurador de San Marcos, obra notable realizada en 1541 por el pintor veneciano Bernardino Licinio (1489-1549). Tanto el jubón como las calzas de su elegantísimo traje aparecen decorativamente acuchilladas. La segunda, el «Retrato de muchacho sentado» del pintor bávaro Georg Pencz (1500-1550), con dos motivos de moda, la casaca cubierta de pequeños rasguños que traslucen en interior y el borde de la camisa blanca asomando por el cuello. La camisa era una prenda interior, como lo son nuestros actuales calzoncillos, invisibles por regla general en el vestuario externo.
      Pero en esta época empezó también la moda de estirar el cuello para que apareciera visible su borde ribeteado sobre el jubón o la casaca. Pero profe, me dice una alumna avispada, lo que nos ha contado parece que se relacione más con la moda de los pantalones rotos que con la de los pantalones caídos. Bueno, le digo, en eso tienes toda la razón. En la docencia es necesario errar en algo para que el alumnado descubra por sí mismo que ha aprendido.