9, miércoles. Octubre. Distraído con María Moreno



Me apetece hablar de la escritora argentina María Moreno (siglo XX da Wikipedia como su fecha de nacimiento y me parece estupendo que desconozcan el dato), aunque solo haya leído un único libro suyo, el que acabo de cerrar, Banco a la sombra (2007). Me doy cuenta, sin embargo, de que antes he de hablar de la escritora barcelonesa Andrea Valdés (1979), que acaba de publicar una recopilación de ensayos titulada Distraídos venceremos (Jekyll and Jill Ed. Zaragoza, 2019). Sin haberlo leído seguiría atento a naderías y me hubiera perdido a la distraída María Moreno.
      No reconozco aún, pese a los años que frecuento librerías, qué misteriosa atracción me conduce a la elección de un libro. En Laie, donde encontré Distraídos venceremos, se puede decir que en las mesas habrá, en exposición, unos mil libros. Más o menos. Otros miles más en los estantes. Salí solo con uno en la mano. No tenía ninguna noticia de la autora, era el segundo libro de una colección en una microeditorial ubicada en otra ciudad, desconocía la mitad de los autores de los que se hablaba en el libro, entre ellos María Moreno, tampoco era barato. En fin… una casa de apuestas hubiera pagado una millonada al ludópata que hubiese acertado mi elección.
    El ensayo —o conjunto de ensayos, tampoco importa demasiado— de Andrea Valdés es excelente. Elige una pequeña colección de escritores de autobiografías y a cada autor le dedica unas páginas inspiradas en la propia lectura. Lo leí con dos entusiasmos, por la gracia de su imaginación crítica y por lo lejos que se sitúa del modelo academicista que asfixia cualquier aproximación literaria a la literatura. Solo hablaré ahora del capítulo que dedica a María Moreno. Es el único cuyo sentido no entendí. Andrea Valdés relata sus vicisitudes pasadas durante una estancia de seis meses en Buenos Aires al intentar establecer una cita imposible con María Moreno, que supo torearla con destreza de antropófoba de periodistas. A su libro, Black out (publicado en 2016 en España por Random House) apenas le dedica línea y media. Y como quien no quiere la cosa. ¿Tanto empeño en hablar con una escritora de la que ni siquiera se aventura un mínimo elogio?
      Pero unos días más tarde me topo con Banco a la sombra y nada más empezar a leerlo descubro la gracia infinita del ensayo de Andrea Valdés. Cualquier lector, en el desempeño de su función, le pide siempre al autor una entrevista personal. Los escritores, que aguardan el gesto cómplice del lector, acuden al instante a la solicitud. Le cuentan cosas suyas en la contracubierta y aunque empiecen distantes, encuentran el modo de explicarle a quien lee aspectos que faciliten su tarea. Con la excepción de Salinger en el primer sentido y, posiblemente en el segundo, también de María Moreno. De las 150 páginas, la mitad me las he pasado diciéndome a mí mismo «no sé por qué sigues leyendo esto», y la otra mitad susurrándome, como para que la escritora no me oyera, «esto se acaba, vas a tener que ir a buscarme el de las cuatrocientas páginas». El ensayo de Valdés es una preciosa alegoría de la escritora que jamás se brinda a la disposición del lector.
      Banco a la sombra es un compendio de plazas en la vida de María Moreno. Plazas, digamos, obvias —San Marcos, Navona, Djemá el F’ná…— contadas desde la perspectiva más opuesta a su obviedad. De la Plaza de Cataluña, en Barcelona, centro de la opulencia comercial de la ciudad, describe las peculiaridades de sus «suplicantes», los que apostados en algún rincón piden una limosna a los transeúntes. Una pieza excelente. Pero tampoco creo que lo temático sea ni siquiera relevante en María Moreno. Tono y estilo —o mejor, las contradicciones constantes de su estilo (costumbrista a ratos y a renglón seguido elevado como pocos) y la impertinencia de su tono— resultan determinantes. Le recuerdan al lector a cada paso algo que todos en el mundillo cultural —editores, periodistas, programadores, políticos…— se empeñan en que olvide cuando lee: que no es el rey del mambo. Que el escritor no le debe nada, si siquiera los veinte euros que ha pagado por el libro (de los cuales, con suerte solo dos son para él). Que un lector no es más que un intruso en un libro; que la escritora, María Moreno, no tiene por qué seguir ninguna regla de comportamiento literario, ni manual de buenas costumbres escriturales.
     «Escribí lo que se me pasaba por la cabeza» nos espeta a los lectores creídos que acabábamos de leer una crónica de viajes por las plazas de medio mundo. Y añade, displicente, «Cuando hago la crónica de los lugares donde he estado, lo hago con la cabeza vacía. Nada queda del acontecimiento, como si jamás hubiera estado allí». Frente a tantos redactores de páginas sesudos, inflados de ideas, ahítos de experiencia, complacidos de sí mismos, la lucidez de quien solo escribe. En el vacío, con lo casual, por el capricho de hacerlo. Los Distraídos. Los escritores que no tratan temas candentes ni abordan preocupaciones sociales. Dudo que venzamos, como sugiere optimista Andrea Valdés, pero sé que llevamos razón porque los atentos no nos la dan.