30, domingo. Junio. Vida de aforista lunático



Acabo de escribir el aforismo de hoy: «La muerte es solo una palabra que no aparece en el estribillo de las canciones». Es el número 221 desde que el día 5 de noviembre del año pasado escribí el primero de su serie. Veo ahora que empecé hablando de una niña que traza alrededor de sí misma un círculo de tiza e inmediatamente da un salto y sale corriendo. No sé si desde aquel día hasta hoy han pasado 221 días. Tal vez sean unos cuantos más. En medio se fundió el disco duro del ordenador y anduve como desorientado una semana. No recuerdo ninguna otra interrupción. Escribir a diario un aforismo es escribirle a alguien una carta. Desconozco quién la recibe, pero mantengo intacto el impulso de comunicarme, sea con quien sea. Tengo la impresión de que el aforismo que he escrito hoy merece ser un final. De hecho, aunque iniciara el conjunto hace ocho meses, hasta hoy no ha aparecido el título que no tenía: «El círculo quebrado». Ha sido curioso. Ha surgido a continuación del aforismo, pero no recordaba en absoluto de qué trataba el primero. Solo al ir en su busca para colocar delante el título he descubierto que era un lema que ya estaba allí implícito desde el principio. Son pues, demasiadas señales. El de hoy ha sido escrito como el final de una serie. De noviembre a junio, casi un curso escolar. 221 aforismos.
     De hecho, esta es la tercera parte de un proyecto que empezó en 2018 con «Ventanas de la Casa Ámbar», aforismos que emergieron de la lectura, de la biografía y desde el universo imaginario de Emily Dickinson. Tuvo una segunda parte, «Un sendero de pálidas estrellas», que dialogaba con la obra de Rosalía de Castro. Aforismos escritos el mismo año, en el que también se inició esta tercera parte, «El círculo quebrado», concluida en 2019. Hoy. La obra literaria que he tenido como referencia para esta serie ha sido la de la poeta finlandesa Edith Södergran.
    No es una elección casual. Las tres poetas —Emily (1830-1886), Rosalía (1837-1885) y Edith (1892-1923)— vivieron en épocas próximas, ancladas en el universo cultural decimonónico, habitaron lugares muy distantes de los núcleos culturales de su época —geográfica y también simbólicamente— y las tres biografías compartieron una clara voluntad de apartamiento. Las tres obras fueron incomprendidas en su momento y las tres han irradiado esplendor sobre el siglo siguiente. Hay más paralelismos. Uno me interesa en especial, las tres poetas escriben a partir de una lengua poética, la de su época, gastada, retórica, artificiosa y masculina. Cuando los escritores varones de su época la utilizan, salvo las excepciones que la historia literaria recuerda, convierten su escritura en un insufrible modelo de lengua poética. Las tres escritoras, sin embargo, a partir de esa lengua insuficiente, excavando hacia su interior —no inflándola hacia el exterior, que es el hábito de sus coetáneos—, consiguieron un milagro: encontrar el camino hacia una lengua personal, expresiva, intensa, comprometida y profundamente simbólica. Se me ocurren algunos ejemplos en otras épocas: Ausiàs March revitalizando en el siglo XV la lengua petrificada de los trovadores o Rilke dando una nueva vida a la lengua poética romántica. Tanto Dickinson como Castro o Södergran realizaron la misma proeza, las tres le arrancaron estremecimientos a la lengua de las estelas mentales.
     Para mí, las tres escritoras comparten otro paralelismo: es posible dialogar con ellas. Sus universos poéticos resultan porosos. Se abren a quien los transite. Responden y escuchan. Su humildad incrementa su altura, del mismo modo que el orgullo de tantos escritores empequeñece sus aciertos. Conviví varios meses con Emily, con Rosalía y hoy cierro ocho meses de lecturas de y sobre Edith. Es un proyecto literario que me ha mantenido encandilado desde el inicio. Creo que cada día le he escrito una carta a Edith Södergran, como antes lo había hecho con Emily Dickinson y con Rosalía de Castro. Como carezco de su dirección las anoto a diario en mi página de Twitter.
    Mañana empieza otro proyecto. El cuarto. También tiene nombre de mujer. Una poeta que nació solo tres años después del fallecimiento —tan temprano— de Edith.