26, miércoles. Junio. Kronos Quartet



En tiempos, otros, había ido a estas sesiones inaugurales con invitación —del amigo del amigo de un amigo—. Hoy voy de pago. Por eso me toca sentarme en un extremo del teatro griego. El semicírculo frente al círculo soluciona todos los ángulos. Desde cualquier parte se ve bien. En mi asiento, en un extremo, encaro el público entero. No me parece que lo sea del Kronos Quartet, sino de la eventualidad.
    Como volvía a un lugar tras décadas de abandono sentí la tentación de interpretarlo. Un público de funcionarios municipales más unos cuantos políticos. Del mismo ámbito. Anduve paseando entre los grupos antes de sentarme y oír retazos de conversaciones. En general, insulsas. Todo en general me pareció insulso. Diría decadente si estuviera dispuesto a la diatriba. Fue sencillamente como es ahora todo: una anotación en la agenda que se tacha mientras se lee la que sigue. La única razón para hacer algo es cumplir con lo previsto. Ese ambiente.
    Todo hubiera acabado ahí de no aparecer los cuatro Kronos con un programa para funcionarios municipales. Y ganas de acabarlo cuanto antes. También esperaba demasiado de lo que han grabado, de lo que les he escuchado a lo largo de los años. Aquí habían venido a inaugurar un festival de verano y el segundo violín salía con una camisa hawaiana. Traían un plato combinado por programa. Alguna gamberrada erudita, dos o tres clásicos con aires de música de película, una evocación vintage a Pete Seeger y un Philip Glass con los alumnos de la escuela de música que fue eso, exactamente. Solo una pieza me pareció a una altura diferente: Little Black Book, de Jlin. Pero se acabó demasiado pronto.
     Al salir, con la lentitud de tanto seto y tanto parterre en los jardines del Grec, regresé al público. Y comprendí mi error. El que sobraba allí era yo. El único que había cometido la idiotez de pagar para asistir. Pero me reconfortó algo recordar que las entradas eran baratas. Casi como ir al cine. De hecho, es a lo que había ido. A contemplar las proyecciones expresionistas de Alba G. Corral sobre la piedra excavada de la montaña de Montjuïc. Una película muda, claro, con un (insulso) acompañamiento musical en directo.