3 de marzo, domingo. Suplicios de vivir en Barcelona


Llego a Delicias, que es un destino ferroviario que despierta siempre algún tipo de apetito, y me encuentro con un amigo que me espera en el atrio de entrada. Salimos y enredados en la conversación, sin que me dé cuenta, estamos ya en el 34. Saca su tarjeta de transporte, la acerca al aparato registrador de viajes, suena pip-pip, pasa él; la vuelve a acercar, vuelve a sonar pip-pip, y paso yo. El autobús arranca y me quedo impresionado con lo que acaba de ocurrir. Algo tan sencillo, tan cotidiano, y sin embargo, para mí tan extraordinario: que una tarjeta de transporte urbano pueda validar dos viajes.  Eso en mi ciudad, Barcelona, es completamente imposible.

         Antes de que llegara el presente siglo, que camina con decisión hacia su primer cuarto, había usado una tarjeta de validación electrónica en Londres, pero también en ciudades peninsulares, como Lisboa o Madrid. Al llegar uno compraba la tarjeta en una máquina expendedora de billetes y la cargaba con los viajes —o la cantidad económica— que le parecía oportuno. Al acabar la estancia, regresaba a su ciudad con la tarjeta, que guardaba para próximos desplazamientos. Todo tan absolutamente común como fantástico para mí, que no podía hacerlo en mi ciudad, porque no dispuso de sistema electrónico de validación de viajes en transportes públicos hasta el año pasado. Es decir, hasta 2023.  

         Pero el laberinto empezó a emponzoñarse antes. Como no teníamos tarjeta recargable, en Barcelona los usuarios compraban tarjetas de cartón que se validaban mecánicamente. Cientos de tarjetas de cartón han pasado por mis manos. Pero aun así alguien debió de pensar en TMB, la empresa que con tanta diligencia organiza estas cosas, que eran pocas y multiplicó el consumo de cartón. Normalmente viajaba en metro junto a dos miembros de mi familia. Con una sola tarjeta pasábamos los tres, hasta que se les ocurrió la brillante idea de convertirlas en unipersonales. Desde entonces tenía que viajar con tres tarjetas de diez viajes encima. Y ocurrió el día, muchas veces, en el que para entrar en el metro los tres, tuve que comprar ¡tres tarjetas de diez viajes cada una! Un dispendio sobre un absurdo. La estación de mi ciudad, como la de Zaragoza se llama Delicias, deberían bautizarla como «Disparates».

         Treinta años después de que ya la tuvieran todas las ciudades peninsulares, en Barcelona, por fin, disponemos de una tarjeta electrónica. Unipersonal, claro. Pienso en estas cosas mientras converso con mi amigo en el 34, por las avenidas de Zaragoza, hacia el centro. En una parada sube una pareja de personas mayores, el hombre saca la tarjeta, pip-pip, pasa su mujer; vuelve a pasarla, pip-pip, pasa él. En mi ciudad esta escena tan cotidiana y común resulta imposible. Si voy con mi hijo y olvida su tarjeta, algo en absoluto inusual, no puede pasar con la mía, y he de comprar un billete con la tarjeta de crédito a una tarifa triplicada de la normal. De cartón, claro.

Por otra parte, no sé si vale la pena contar que en la mayor parte de ciudades del mundo la tarjeta se consigue, previo pago, en las máquinas expendedoras de todas las estaciones de metro. Ah, en Barcelona no. Hay que solicitarla presencialmente, previa cita previa. Mostrar el DNI. Registrarse con todos los datos del DNI y, luego, pagar la tarjeta. De modo que cada vez que entro (yo solo, claro) en un autobús o un metro mi viaje queda registrado en los archivos de la TMB. Si suscribo una aplicación de la compañía, hasta puedo ver el detalle de todos mis viajes listados. La cuestión me despierta algunas dudas sociológicas —¿una compañía puede tener impunemente tanta información sobre los movimientos concretos de todos los ciudadanos?—, otras de carácter práctico —¿hay que votar en las elecciones a la alcaldesa o al alcalde que sostiene este sistema invasivo e incómodo?— y una ardua cuestión filosófica: cuando no recuerde, por la acumulación de datos de la vida urbana, a dónde he ido, con quién he estado y de qué he hablado, ¿qué yo comparece ante mí cuando sepa con exactitud de segundos la hora a la que me subí en el metro y en qué estación para viajar hacia lo que he olvidado?