2 de junio, viernes. Adentrarse en el cine.


Recuerdo la primera vez que fui al cine. Me llevaron mis padres a un local de estreno en el centro, en la parte superior de las Ramblas. Luego fue un teatro y ahora es una tienda de ropa. La película que se estrenaba era Tarzán 66. Como llevaba la fecha en el título sé exactamente la edad que tenía: seis años. La impresión de aquel acontecimiento, el ir al cine, debió de ser enorme porque nunca la he olvidado, aunque no hizo mella en mis gustos, ya que nunca he disfrutado con el cine de irrealidades y aventuras fantásticas. Poco después mis abuelos vinieron a pasar una temporada con nosotros. Mi abuelo había trabajado los domingos en el cine del pueblo, y le gustaba ir. Recuerdo haberlos acompañado muchos domingos al cine Bretón. Aún se conserva el nombre en el edificio, pero el lugar es ahora, no sé, una cafetería o algo así. No recuerdo haber visto ninguna película que me hubiera gustado especialmente. Vagamente creo que me atraían los westerns. De adolescente, con mis compañeros de colegio solíamos ir al cine Spring los domingos por la tarde. Programa doble, en el que a veces repetíamos la primera de las películas. El Spring resistió algunas décadas más, ahora es un bloque de pisos. Allí vi la primera película de la que tengo consciencia de haberme impactado de verdad: El graduado. No hace mucho la encontré en un canal y volví a verla. Descubrí en la cinta las tensiones que me intrigaron entonces. Se aludía a aspectos de las relaciones que, en aquel momento, aún no había descubierto. Los días siguientes los pasé buscando en el diccionario todas aquellas palabras inquietantes cuyo significado desconocía. A la salida habíamos visto dos tipos trajeados y hoscos mirando muy raro al público que abandonaba la sala. No pudimos volver al Spring en dos o tres meses por no tener edad para las películas que echaban. Mi primer cine fue ya un drama para adultos. No sé si eso condicionó mis intereses poéticos.