9 de marzo, jueves. Cuestión de tilde



[Por la actualidad que tiene la reflexión el día de hoy, en el que se va a debatir en la sede de la  RAE si tilde sí o tilde no en el adverbio «solo», adelanto una entrada del volumen Azada de jardín (Diario) que en estos momentos se encuentra en imprenta.]

 11 de mayo de 2021, martes

Durante décadas he tenido que explicar —y preguntar y corregir y calificar— como correcto un galimatías ortográfico que la Real Academia Española daba por norma. No era solo uno, sino varios, pero uno era el más doliente. Escribir así la palabra «sólo» me parecía una aberración. Las llanas acabadas en vocal, dice la ley ortográfica superior, no llevan tilde. Pues a esta se lo obliga. Tilde diacrítica, me responde el manual. Ya, le digo yo. Ahí está el problema. La tilde diacrítica sirve para distinguir un monosílabo tónico (él, qué…) de otro átono (el, que…) porque la tilde es un signo gráfico de la prosodia, es decir, una señal de que se han de pronunciar de manera diferente monosílabos formados por las mismas letras. Porque la tilde solo muestra cómo se ha de pronunciar cualquier palabra. Por ejemplo, los términos: público / publico / publicó necesitan la concurrencia de una tilde sobre su tónica (o su ausencia, en el caso de las llanas) para saber cuál es su sonido correcto, dado que en principio cualquiera de las tres sílabas que la forman admiten tonicidad. Esta es la norma general que opera en la acentuación.

         «Sólo», decía la RAE, lleva acento cuando es adverbio, pero no cuando es adjetivo, «solo». La primera aberración de la norma es que la tilde ha de distinguir dos palabras con idéntica prosodia, lo que va absolutamente en contra de su esencia. Las dos palabras poseen sílaba tónica en posición llana. Que la tilde diacrítica no distinga sonido, sino formas, categorías morfológicas, es la cara B de la misma aberración. Similar a usar un cuchillo para comer un plato de sopa. Como si bajo, el adjetivo se escribiera así, pero bajo, el sustantivo que nombra un instrumento musical, tuviera que ir por ello acentuado: bájo*.

         No creo que valga la pena adentrarse en más explicaciones, pero no puedo callarme dos implicaciones de esta norma que suponen sendas aberraciones más. Una, exigir al hablante conocimientos filológicos para escribir con corrección su propia lengua, es decir, que sepa distinguir un adverbio de un adjetivo. La morfología es una parte de una teoría lingüística, y hay varias. Es bueno que los hablantes tengan ligeras ideas de cómo se organiza su lengua, pero no me imagino a un cirujano examinando de anatomía al paciente que espera ser operado, ni al expendedor de billetes de autobús preguntando a quien desea viajar los rudimentos básicos de la mecánica. Otra aberración semejante es desconocer que la propia lengua tiene recursos propios para evitar la posible ambigüedad de una homonimia (de la que hay cientos en la lengua), de forma que si alguien desea expresar que no va a aparecer nadie esa noche a acompañarle escribirá «Ceno solo» y el lector no tendrá ningún problema en entenderlo, porque si hubiera deseado decir que no realiza en ese momento ninguna otra acción, esté solo o acompañado, dirá: «Solo ceno». Y también se le entenderá. Entonces, ¿qué necesidad hay de tildar una de esas dos expresiones? Una palabra llana acabada en vocal con tilde es una falta de ortografía: «sólo», tan aberrante como sería «cára» (que puede ser sustantivo o adjetivo) o «bánco» (que puede ser el ámbito natural de los ricos o de los pobres, según se use), o cientos de palabras homónimas que son el embeleso de los poetas vanguardistas.

         Esta discusión que emprendo, la redacto con once años de retraso. En noviembre de 2010, una nueva Ortografía de la RAE aconsejaba prescindir de la tilde en el adverbio solo. Por fin, me dije, pero apenas pude disfrutar del cambio porque, por suerte para mí, en mi último período de profesor acumulé las materias de literatura que ningún otro profesor del departamento quería impartir.

         Vivía en ese limbo ortográfico feliz, escribiendo cientos de solo maravillosamente con la cabeza descubierta, cuando recibo las pruebas de unas traducciones. Les echo un vistazo y me quedo de piedra. Alguien ha corregido todos mis solos, en el texto de presentación y en el texto traducido, y los ha convertido en sólo. Los cuento. En todo el libro hay veintiséis. Veo erratas hasta en el título del libro que nadie ha tocado, solo los sólo. Hablo con el editor, once años después de que la RAE decidiera ser consecuente con sus propias normas ortográficas, y me lo confirma. Ha sido él. En su editorial, todos los libros acentúan «sólo» si es adverbio. Reviso el libro y no existe ningún «solo» adjetivo del que deban distinguirse los adverbios. Veintiséis a cero. Una tilde realmente necesaria. Una tilde que regresa como una pesadilla recurrente, un mal que uno ve reaparecer cuando ya estaba curado. Un agobio: tener que discutir obviedades. Recordé, entonces, que cuando empecé a dar clase una parte del alumnado aún acentuaba sistemáticamente fué y fuí, tilde que había sido suprimida en 1956, treinta años antes de que empezara yo a trabajar.  Descuelgo el teléfono para decir que siento todos los problemas ocasionados, y que retiro las traducciones.