CARTAS AL s XX | 19 de marzo de 1911, domingo. Primera celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.


Para Celedonia

Marzo le lanza gotitas de color a la muralla de la Reina. Tengo ya once años, los acabo de cumplir. No me voy a olvidar nunca de mi edad. Desde pequeña sé que es la misma con la que se conoce el año, cada año. A veces escucho pronunciar una fecha y me doy la vuelta, como si hablaran conmigo. Se lo pregunté a madre, ¿todos los niños cumplen años con el año? «Sube la tinaja del aceite, que hace rato que la espero» fue la respuesta. Acabo de descubrir que con el último aniversario ha dejado de ser la niña que era. Lo pensé la otra mañana, cuando salí a las eras para llevar a padre el almuerzo y, de repente, me dio por quedarme contemplando el muro. Chispas de color sobre el uniforme pardo de la piedra.

De repente he pensado que nada me gustaría más en el mundo que me regalaran un collar. Con bolitas de colorines. Como las flores. No una bata, no unas medias, no una cinta para la trenza. Un collar. Para el cuello que luce desnudo. Pero, si ya no soy una niña, en realidad ¿qué soy? Tampoco creo ser todavía una madre, como madre. Ni una hermana mayor, porque ya la tengo y no puedo saltar por encima de ella. Son preguntas que me parecen difíciles. Las niñas del pueblo que van a la escuela quizá sepan responderlas. A mí me dejan en casa. Lavo, friego, cocino, doy de comer a los animales mientras padre y madre están en el campo. Pero el muro, con las florecillas que nacen entre piedra y piedra, me ha hablado. Once, me han dicho, es hora de que florezca tu cuello, tan adusto. Tu mirada, tu pensamiento. No sé de qué me habla, solo siento que algo bulle como un puchero al fuego dentro de mí. «¿Has llevado los mendrugos a los gorrinos?», oigo la voz de madre que grita desde lo alto de la escalera. En cuanto acabe de cumplir de verdad los once años y sea ya mayor, le responderé como me apetezca, pero ahora le digo: «Sí, madre» y corro que me las pela. De momento.