12 de febrero, sábado. A veces antes, a veces después

Oigo que alguien cita a Víctor Hugo para decir que algo es tan delicado como darse un beso a través de un velo. La idea da qué pensar. Primero en Kafka.

         El día 3 de julio de 1916 se encuentra con Felice en la ciudad balneario de Marienbad. Ya habían concertado matrimonio, aunque quizá ambos con más dudas que voluntad. Tras un distante encuentro («Puerta con puerta, llaves a ambos lados»), la comodidad del hotel y la belleza de los parajes colaboraron para abrir puertas. En el Diario, el 6 de julio, tras tres días de convivencia con Felice, en medio de otras extensas anotaciones sobre sueños y relatos imaginados, escribe: «Con Felice únicamente he tenido intimidad en las cartas, humanamente solo desde hace dos días». Ahí. el velo de la distancia antes de caer al suelo y, arrastrado por la corriente, volar a un rincón.

         Pero también el velo admite regresar después. El 26 de septiembre de 1920, en Zürich, Rainer Maria Rilke le cuenta a Merline las diversas melancolías que le ha dejado su presencia tras partir. Y cierra la carta contándole qué ha hecho aquel domingo: «Acabo de pasar bajo el viejo puente cubierto que lleva a la estación. He ido allí deliberadamente, para hacerme cargo de que estaba caminando por donde un día sus pies, querida, se posaron placenteros y curiosos. ¡Y pensar, ay, que se dirigían hacia mí!». Los pasos sobre los pasos de la amada: un beso a través del velo del tiempo.