3, martes. Noviembre. ¿Dónde no quedarse encerrado? Práctica del epigrama 26


Pienso en el símbolo de la llave del corazón. Hace unas semanas me pasó algo desagradable. Escribí en un texto una frase paradójica que significaba más o menos «quedarse encerrado fuera» como vértigo existencial. Pero unos días después (siempre sucede unos pocos días después), en una serie italiana, de la que ya solo vagamente recuerdo la trama, el protagonista dice: «lo que más temo es quedarme encerrado fuera de mi casa»). Ahora lo recuerdo: la frase justificaba el hecho de que dejara unas llaves escondidas en la puerta de su casa y se lo dijera a la protagonista en la primera cita, quien, más tarde, entraría en casa ajena gracias a la llave escondida. No era una frase con dimensión filosófica, sino solo funcional. Nadie notaría su profundidad, porque solo explicaba que pudiera acceder a la casa sin permiso de su dueño. Pero con ella yo perdí la amplitud de la mía, y eso me entristeció, como quien pierde un objeto que apreciaba. Se trata de un símbolo clave: el miedo a ser encerrado fuera del lugar de la felicidad, a la intemperie. Porque el rasgo más angustiante de encerrado, en el fondo, no es el hecho obvio de no poder salir, sino lo contrario, el hecho de no poder entrar. Y la llave del corazón es el antídoto infantil para este miedo. Tener la llave es poder acceder. En el interior está la aspiración más alta de los seres humanos. Creo que todavía hay en la memoria de la especie los peligros de la vida nómada. Entrar en la cueva era sentirse protegido. Amar es la sublimación del deseo de un animal a la deriva, la búsqueda de una vida humana: la casa y el cuerpo encarnan este deseo de salir hacia el interior, el amparo ante la persecución de los peligros del tiempo.