24, martes. Noviembre. Baudelaire, guionista de su novela gráfica


La cólera de Baudelaire, es el decimoctavo álbum de dibujos de Laura Pérez Vernetti (1958) desde que en 1989 publicara El toro blanco, firmado entonces como «Laura». A partir de 2011, su obra gráfica presenta una nueva orientación, ahora con su nombre completo, en la que cambia los guionistas habituales con los que había trabajado por obras poéticas. Y los textos de las viñetas ahora han sido escritos por Pessoa, Maiakovski, Rilke, Marcel Schwob o Baudelaire. Este es el octavo volumen dedicado a la escritura literaria por la dibujante desde que Pessoa & Cia inaugurara este período.
     La cultura, en su acepción más general —desde la literaria hasta la mitología, pasando por la música—, ha sido en todas sus etapas el sustrato desde donde emerge la mayoría sus dibujos. Incluso en los tiempos de colaboradora de El Víbora, época en la que predominaba el cómic realista, bien en su línea underground, bien con intenciones sociales y políticas, resulta memorable una portada de la revista donde Laura dibuja una portentosa Medusa. Convivió también con las corrientes gráficas que en los años 80 y 90 reivindicaban una sexualidad libre y desinhibida, pero sus dibujos eróticos parecen antes inspirados en las obras del Marqués de Sade o en los cortesanos de Amistades peligrosas que en los antros sórdidos y en las calles desalmadas que ilustraban sus contemporáneos. Estas pulsiones en sus dibujos se han convertido, a partir de 2011, en una apuesta definitiva por la comprensión gráfica y artística de la poesía. La cólera de Baudelaire, séptimo volumen dedicado específicamente a este género, consolida la singular apuesta creativa de Laura Pérez Vernetti.
   Para este libro gráfico ha contado con un guionista excepcional, la vida y los poemas de Charles Baudelaire (1821-1867). Los dibujos convierten la ajetreada biografía del poeta en una auténtica novela gráfica. Aunque la información siga el hilo de los acontecimientos conocidos, lo desconocido sobresalta al lector en el poder evocador con que está dibujada. En los trazos a tinta de las sucesivas páginas se ve crecer al niño que llora la pérdida prematura del paraíso paternal, desarrollarse al adolescente rebelde, al joven inquieto y al artista revolucionario; y envejecer al poeta desengañado y enfermo. En ocasiones, el dibujo abandona la posición objetiva y aparecen viñetas que encarnan de manera prodigiosa la mirada de Baudelaire. El gusto por el dibujo culturalista de Laura se adensa en continuas citas a la pintura artística, no como mera reproducción, sino como una recreación de las obras al hilo de la cotidianidad evocada. Así, convierte en mulata la célebre «Olympia» de Manet (pág. 27) o reproduce la mano sobre el muslo que pintó Courvet en su conocido retrato del poeta (pág. 40).
    Si en la primera parte Laura dibuja la biografía baudelairiana, en la segunda selecciona siete poemas de Las flores del mal y su imaginación los dibuja. La virtud de esta novela gráfica es que la interpretación artística de Laura consigue fundir ambas secciones, biografía y poemas, en una única historia en la que la primera parte presenta acontecimientos que la segunda transforma en vivencias íntimas, míticas y trágicas. Y ambas caras, la exterior narrativa y la interior simbólica, se funden en la lectura.
     «Al lector», primer poema seleccionado, es una recreación de los submundos baudelairianos: la sociedad como pesadilla, los demonios, la vejez, la violencia, los monstruos, los muertos. A continuación, «Bendición» muestra la vida de Baudelaire desde el mito, que en las viñetas se presenta mediante la transformación fantástica de la madre y del joven poeta, representado con aire shakesperiano. Después convierte el célebre «Correspondencias» en un viaje a los misteriosos sueños de Baudelaire y «El retrato» en una visita a sus sentimientos guiada por él mismo. En el poema «Confesión» comparece un Baudelaire íntimo, nocturno, delicado; dibujado con maestría, en la ideación de los trazos se lee el poema mismo. Con «La Beatrice» Laura parece conversar con Baudelaire desde la común devoción del poeta y de la dibujante por los mundos fantásticos, por lo demoníaco y lo visionario. Y, para concluir, en «La voz» suena al unísono la orquesta de todos los Baudelaire: el niño feliz que le torturó haber perdido, las mujeres, la soledad, los monstruos, la violencia, el vértigo y, al final, el recogimiento en sí mismo, emblema del poeta que ha retratado Laura Pérez Vernetti en este viaje gráfico desde las extrañas vivencias hasta la esencial intimidad.