26, viernes. Julio. Sobrevivir al servicio de Correos



Si Franz Kafka hubiera cumplido el día de hoy, no sé, treinta años, su siguiente novela se titularía, sin duda, La estafeta. O tal vez, si actualiza el nombre, La sucursal. Se me ha dado el caso de enviar estos cuatro últimos meses tres paquetes. Dos a Portugal y uno a Alemania. Empezaré el relato por el primero. Una carta certificada a Portugal. Un kilo. Veinticinco euros de tarifa. Un billete de avión a Lisboa para una persona de —pongamos— ochenta kilos cuesta el doble, pero no ochenta veces más. Quiero decir, no es barato.
     Me acuerdo ahora, con nostalgia, de mi envío. La editorial lisboeta Paralelo W publica unos cuadernillos preciosos, con un poema y una fotografía del excelso artista portugués Carlos Nogueira. Me invitaron a colaborar y envié un poema —que tradujo con primor Inês Dias— inspirado en una fotografía del artista. De la edición hay treinta y tres ejemplares que se numeran y se firman. Recibí el envío de Portugal con los ejemplares numerados y firmados por el autor de la fotografía, los firmé también como autor del poema, volví a empaquetarlos y los envié en lo que me pareció más seguro por ser el envío más caro: como carta certificada. Veinticinco euros.
    Es difícil explicar lo que ocurrió a continuación. La previsión era que el envío llegara en tres o cuatro días. Una semana después el editor me escribió para preguntar por qué no le llegaba. Miré el Localizador de envíos de Correos y me sorprendió comprobar que había desaparecido, tranquilamente, del proceso. Al día del envío, consignado, se anotaba su salida en el centro logístico de Madrid. A partir de ahí, nada. Vacío. Ninguna otra información del lugar donde se encontrara el envío. Inicié la aventura de las reclamaciones, que se alargó durante tres meses. Varias veces con la directora de la sucursal donde había enviado el paquete. Aprecio mucho el trabajo de los funcionarios de Correos. Por carta me han llegado noticias maravillosas durante toda la vida. Pero es difícil ya comprender qué ocurre ante una directora de sucursal que solo es capaz de mostrar gestos de impotencia. No sé, tal vez podría hacer alguna gestión, quizá haya alguien con quien poder hablar. Nada. Vacío. Reclamaciones ante Correos. Respuesta de ordenador: recibido, ya se investigará. Pero nadie investigaba nada. Reclamación ante la Subdirección General de Fomento. Abren expediente. ¿Para qué? Para las estadísticas, posiblemente, porque no han hecho nada. Vacío. Tres meses más tarde la directora de la sucursal, a quien no dejo de visitar para su disgusto, me dice que le han escrito de Madrid preguntándole si mi paquete había salido de su oficina. Lo que hace cien años fue un movimiento de Vanguardia, el Surrealismo, hoy es la vida cotidiana de las administraciones. Tres meses más tarde, la sagaz investigación de Correos sobre el paradero de mi paquete con la edición numerada de la fotografía artística y mi poema me informa que no sabe dónde se encuentra. Es decir, lo mismo que sabía yo tres meses antes. A la semana siguiente veo en el Localizador que mi reclamación está resuelta. Y el paquete, ¿habrá llegado? Iluso de mí. Me indemnizan con unos treinta euros (yo había pagado veinticinco de tarifa) y se resuelven de golpe todas las reclamaciones. Y yo, sin nada, me quedo con mi vacío.
     El segundo y tercer envíos son muy parecidos. Paso al tercero. También a Portugal. Hoy, día 26 de julio, se cumple un mes de un envío en «Paquete 72 horas». ¿Qué había en su interior? Una vez perdida definitivamente la edición de la fotografía y mi poema, solo se han salvado las copias que me correspondían como autor, de las cuales conservaba dos. Los números 24 y 33. Mis favoritos. El editor me preguntó si guardaba algún ejemplar numerado para mandárselo al artista, que se había quedado desolado con la pérdida. Tenía dos. Los metí en un sobre, fui a Correos, pregunté por un envío seguro y me ofrecieron «Paquete 72 horas». Resumo: el envío llegó a las 72 horas a Lisboa, pero nunca fue repartido. No salió del almacén. La razón, dirección incorrecta. A los cuatro días, lo devolvieron. Cuando quisimos reaccionar y el destinatario fue a Correos en Lisboa a preguntar por el envío le dijeron que, en efecto, la dirección estaba incorrecta: «le faltaba poner debajo de la dirección: Portugal». Literal. ¿Será que en Lisboa necesitan saber en qué país viven? ¿O lo consideraron un menosprecio? Lo habían devuelto al remitente, que soy yo. Pero no se ocupó Correos de devolverlo, sino un ente denominado Correos Express. Desde el 10 de julio hasta ayer he intentado por todos los medios posibles recuperar esos dos únicos ejemplares salvados de la pérdida. Era imposible saber dónde estaba el paquete. En la sucursal me decían que aún estaba en Madrid. En el localizador de Correos Express (en el que yo no envié nada, por cierto) señalaba que estaba «En reparto», en Barcelona, a las 7:43 y a las 7:45 ya se encontraba «En almacén» porque no habían podido encontrar al destinatario por «dirección incorrecta». Dirección que es, por cierto, un Apartado de Correos, en una sucursal en la que ya la directora me llama por mi nombre. El final de este envío también ha sido digno de una aventura kafkiana, pero prefiero no cansarme describiéndolo.
     El envío a Alemania fue muy parecido a este. Tras no sé cuántas llamadas, incluso a la empresa alemana, dos semanas después de la fecha prevista de llegada, se dignaron a ponerlo en un vehículo y entregarlo en las oficinas del ¡Goethe Institut!, donde al parecer, según la empresa, no había nadie para entregarlo. En Alemania. Europa está igual en todas partes.
      De este tortuoso camino he entendido lo que ocurre, tanto en España como en Portugal, y es posible que también en Alemania. El envío de paquetería y certificados está siendo desviado a empresas privadas. Pero estas empresas privadas no cobran, imagino, lo mismo de paquetes provenientes de la red pública que de sus clientes y establecen sus prioridades. Si un envío no se entrega o desaparece, tampoco eso le interesa a nadie. La investigación es nula, se indemniza con calderilla y si te he visto no me acuerdo. El personal en estas empresas, por otra parte, es temporal, posiblemente poco cualificado, rotatorio, con salarios extremadamente bajos y exigencias cuantitativas fuera del desarrollo normal del trabajo. Así que hay envíos que se reparten y otros que se quedan en el almacén para no ralentizar rutas. También favorece este sistema la aparición de mafias especialistas en la desaparición de paquetes. Me gustaría conocer las estadísticas. Seguro que son abultadas, pero a nadie le importa: la desaparición de un paquete es prácticamente gratuita si procede de la red pública. La indemnización del operador hace reír. En fin, la desintegración del sistema es tal que uno ya no puede enviar un paquete sin verse afectado. Tres de tres en los últimos cuatro meses. Todos los envíos que Correos desvía a la red privada, como es Correos Express, están condenados a tener incidencias. Es posible que todo esto continúe así hasta que Correos, como ente público, desaparezca del todo, de lo que surgirá una curiosa paradoja: la red pública excelente —con buenos profesionales y buen servicio— pasa a una red privada insuficiente —con constantes incidencias y pérdidas— hasta que desaparezca la red pública. ¿Cuál es la lógica de todo esto? No hay que ser ciego para verlo: la aplicación del criterio económico por encima de cualquier otro. Incluso el básico del servicio correcto. Todo será más barato, nos dicen, y a quién le importa si las cartas y los paquetes no llega nunca.