No
creo que pueda uno sentarse al borde del andén y tratar de vislumbrar el punto
donde las dos vías ferroviarias se unen a lo lejos mientras se padece una alteración
nerviosa.
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Lo
triste de llamar a la puerta desde el interior es que afuera, normalmente, no
hay nadie a quien abrir.
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Me
pregunto en ocasiones, cuando no tengo nada mejor en qué pensar, por la opinión
que le merece al temperamento metafísico un súbito escalofrío.
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Subirse
al tren no es, exactamente, partir. Para partir es necesario que alguien
se quede en pie sobre el andén viendo cómo la otra persona desaparece.
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Las
palabras que poseen un opuesto se pirran por emparejarse y pasear juntas. Tipo:
música callada; tipo: rufián bondadoso; tipo: jovial tristeza.
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No
es cierto que el viento, al soplar, llame en concreto a una ventana. Cuando
parece insistir como un enamorado, solo pasa por el lugar casualmente.
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Hay quien prefiere abandonar antes el cuarto del encuentro furtivo. En los ensueños, nunca me he visto a mí mismo irme en primer lugar.