17 de abril, miércoles. Pequeños desprestigios de la verdad


En el programa Hoy por hoy, en la cadena Ser, los miércoles por la mañana una novelista, Marta Sanz, y un ensayista, Manuel Delgado, discuten sobre un asunto cualquiera. La casualidad me ha convertido en oyente de los debates. Hoy tratan sobre la oportunidad. La novelista ha defendido, por ejemplo, las segundas oportunidades contando que tuvo una primera con su actual pareja, que salió mal, luego, en la segunda, ya llevan treinta años. Pese a que, por el oficio que desempeña, debiera estar acostumbrada a lidiar con el yo de la ficción, siempre que Marta Sanz habla de sí misma el oyente sabe que es ella, la persona y no el personaje, de quien se habla.

  No ocurre lo mismo con su contertulio. En la discusión de hoy Manuel Delgado ha ilustrado el concepto de «oportunidades» también desde el yo. Ha contado que cuando entra en unos grandes almacenes inmediatamente se deja tentar por la sección de productos rebajados y no se resiste a comprarlos, no porque los necesite, sino por su precio. Lo que le lleva a adquirir, por ejemplo, un champú barato siendo calvo. Hecho que le obliga a enfrentarse a sí mismo con la siguiente cuestión: «¿Y esto para qué lo has comprado?». El efecto de este argumento desde un yo que declara una debilidad es notable. La fuerza no emana del hecho, tópico, sino de la confesión. De un yo que se presenta como real, aunque resulte inverosímil en alguien como el profesor Delgado, tan implicado siempre en cualquier actitud de rebeldía. Lo que el ensayista realiza es un ejercicio de ficción, el que nunca emprende la novelista, encarnando un defecto en un yo ficticio para subrayar la intención de lo que se cuenta y disimular su significado trivial.

  En otro momento del debate, también sobre el asunto de la oportunidad, Manuel Delegado ilustra la actitud de «algunos» que durante el conflicto en Cataluña defendieron la independencia sin ser nacionalistas como una ocasión para desligarse de la monarquía y probar la vía republicana. Quien tenga un poco de memoria recordará que esta fue la posición del ensayista durante la época en la que se hablaba del procés. Sin embargo aquí utiliza la retórica para ocultar un yo tras una tercera persona que, sin embargo, manifiesta las ideas de quien habla. En ambos casos la razón que se expresa adecua su sujeto a conveniencia, es decir, impone la persona verbal, donde el yo aparece o desaparece en virtud de los intereses del discurso, no de lo que debería considerarse como «realidad»,

  El término con el que he concluido el párrafo anterior evitaba decir otro: verdad, cuyo significado no acaba de estar claro en esta época. Quizá porque se hayan extendido hábitos dialécticos de la ficción como si fueran de la realidad, tal como los practica el doctor Delgado. Parece una trivialidad el uso ficticio del yo, pero tal vez solo sea un síntoma menor de un problema mayor, que es la pérdida de autoridad de la razón como búsqueda insobornable de la verdad, principio que quizá fundara la edad moderna, de la que parece que se quiera huir. La razón persigue ahora solo efectos artificiosos del lenguaje, como en el caso del ensayista, o, en la mayor parte de los casos, respaldar intereses particulares. Se argumenta para amurallar lo propio, sea cual sea la realidad aludida. Y quizá por ser esta tergiversación tan grave, la trivialidad de un yo de mentira usado para subrayar u ocultar le suena tan mal a quien lo escucha.