11 de enero, miércoles. El futuro del arte según el cine


Vuelvo a ver Begin Again (2013), película escrita y dirigida por John Camey (1972). Recordaba vagamente el argumento, pero no los detalles de la cinta. Se trata de una sutil diatriba contra la industria de la música construida con brillo de melaza sobre el bizcocho de las caídas de ojos adolescentes de los dos protagonistas que empiezan de nuevo, Gretta (Keira Knightley) y Dan (Mark Ruffalo). Entre la primera vez que la vi, posiblemente cuando se estrenó, y esta ha ocurrido algo que ha cambiado mi manera de comprender la película. He leído al filósofo francés Alain Badiou (1937). Conocido por sus escritos políticos que inspiran la izquierda radical, lo que aprecio de Badiou es su pensamiento sobre cuestiones artísticas y, en especial, sobre poética. Posiblemente sea el mejor exégeta que ha tenido Stéphane Mallarmé. Son conocidas sus «15 tesis sobre el arte contemporáneo» (2000), aunque quizá más interés tenga, para el espectador de la película de John Camey, la revisión que realizó en una conferencia de febrero de 2015 titulada «El arte contemporáneo frente al siglo XXI», un vaticinio sobre el extremo del laberinto hacia el que, a su modo de ver, se encamina el arte. Y si bien todo parece muy abstracto en la formulación filosófica, Begin Again lo convierte en concreto gracias al artificio de la fábula.

          La película arranca con el abandono súbito que padece Gretta, compositora de canciones aficionada, por parte de su novio desde el instituto, repentinamente convertido en una estrella del pop. Casualmente conoce a Dan, productor no en horas bajas, sino subterráneas. Ambos inician una aventura artística a contracorriente de cualquier opinión sensata que, al cabo, contiene todos los elementos que Badiou intuye como integrantes del arte del futuro.

         Gretta, una mala intérprete de sus canciones poco articuladas, y Dan, arruinado y alcohólico, con cierta inconsciencia por ambas partes, se reúnen en un mismo propósito artístico —grabar una maqueta con las canciones de Gretta—y recurren para ello a un grupo heterogéneo de músicos (dos adolescentes que estudian en el conservatorio y tocarían cualquier cosa gratis menos Vivaldi, algún familiar, un músico callejero, otros músicos prestados del hip hop). La fábula cinematográfica se centra precisamente en este desarrollo de la inverosímil conjunción del sonido, al que Badiou atribuye mayor valor artístico que a la obra acabada: «Así, creo que el futuro del arte es la desobjetivación: la posibilidad de mostrar a la audiencia un nuevo proceso de creación, sin necesidad alguna de cerrar el proceso en forma de un objeto». Mostrar al menos un proceso diferente es la pretensión fílmica. Y lo que sucede en él es que de esa conjunción dispar emerge una creatividad que no existía en los individuos. Un pensamiento también de Badiou: «Mi idea es que progresivamente, no sé exactamente cómo, el proceso artístico se volverá un proceso colectivo». Aunque con una estructura narrativa cinematográfica (donde priman los protagonistas), no se puede afirmar que Begin Again no concrete el valor colectivo de la obra. Estas son las observaciones a la primera tesis.

         Para la segunda, Badiou intuye para el arte «una invención sin modelo alguno». Con inocencia casi adolescente, la ocurrencia de Gretta y Dan para superar su ausencia de presupuesto es grabar en la calle, con los ruidos de la ciudad como un instrumento más de las piezas. Algo que hubiera hecho reír, obviamente, a cualquier productor musical. Badiou opina, en la tercera tesis, que «la definición más importante de la especificidad de la obra de arte es ser idea en tanto material, no idea en tanto ideal». Lo que tampoco se elude en la película: la ocurrencia no es idealista, sino una concreción material en la que se implica el insólito colectivo de personas que la hace posible.

En la tesis cuatro aboga el filósofo por la «creación de nuevas artes» y, a su nivel, la heterogeneidad de los músicos y el historial de fracasos de los protagonistas apuntan, quizá no a una novedad, pero sí hacia una excepcionalidad. Una idea que comparte Badiou: «afirmar la posibilidad de algo imposible». No otro es el lema que podría lucir la película, porque también para ella es «el centro hoy de la búsqueda de una excepción», como en la poesía lo es el «crear en el lenguaje algo como una excepción de lo que el lenguaje es capaz de decir». Así la película es la recreación de una excepción que la industria musical no es capaz de comprender y menos de absorber.

Y la última y más sorprendente de las tesis de Badiou: si la obra artística es realmente crítica deberá «volverse pobre», es decir, «absolutamente sin paga, sin equivalente monetario, sin sueldo. La expresión sin paga tiene muchos significados: sin salario, sin dinero, pero puede también significar con un valor infinito». Tesis que la película parece olvidar cuando los protagonistas son gentilmente aceptados por la empresa discográfica que les había rechazado, pero una espléndida coda final, mientras los créditos de la película desfilan marcialmente sobre el negro, John Camey no olvida proporcionar a la aventura artística que acaba de filmar el valor infinito, extramuros de la finitud del mercado, que el arte, según el filósofo Badiou, debe empezar a requerir para sí mismo.

[Clarín nº 162. Oviedo. Noviembre-diciembre, 2022]