18 de diciembre, domingo. El partido


No puedo negar que me sorprende ver cómo disfruta con ese ambiente que se crea alrededor de un partido de fútbol. Algo que, si soy sincero, le ha importado un comino en el pasado. En el presente tengo la impresión de que se siente cansado frente a la necesidad de continuar oponiéndose al fenómeno. La inquietud que percibo alrededor le hace comprender su propia ansiedad. La enorme excitación que produce el malestar.

El fútbol le parece ahora una escenificación de la vida; mistificada, claro, porque la vida no se resuelve en un único encuentro. Las recreaciones rara vez se dedican a describir parajes, prefieren los deseos. Y en su puesta en escena hay elementos que se suelen despreciar, pero que ahora valora como una nueva fuente de estímulos. Quizá sea este el único proyecto común que tiene un pueblo o una ciudad, incluso un país: la victoria un domingo. En el silencio tan atroz de la época, el espíritu colectivo —un ambiente de cánticos y tambores que reclama la victoria no solo a los futbolistas, sino que la convierte en una responsabilidad compartida— parece aflorar en las vísperas de los partidos. Por eso dice que ha cambiado de opinión cuando me lo encuentro delante, decorado con una camiseta de su equipo y una bufanda conmemorativa de no recuerdo qué éxito, en el espejo de cuerpo entero que hay junto al escaparate de la sastrería.

No lo hubiera reconocido, aunque estuviéramos frente a frente, de no haber encarado sus ojos. La tristeza de su mirada. Ya antigua, casi adolescente. Es lo que llama la atención en su indumentaria. Una efervescencia de colores rituales, adiestrados en la ideología de la esperanza marmórea, y la luz marchita con la que me mira mirarle. Y, aun así, me dice: «No soy el de siempre, no te equivoques, soy el de ahora». «Esa incertidumbre es solo por el resultado de esta tarde, ¿verdad?», respondo. Da un paso y se aleja del espejo. Dándome la espalda, parte hacia el campo rodeado de identidades idénticas. Y a mí me deja en la duda de si quedarme a solas con la desazón o salir corriendo hasta alcanzarle.

[Cuaderno de ficciones, página 5]