21, lunes. Septiembre. Una exposición de Carlos Velilla

 


Los cuadros de Carlos Velilla (1950) expuestos en La Casa de la Paraula de Santa Coloma de Farners bajo el título «Pla Seqüència» son una poética del color. O quizá más en concreto, de lo inestable que late en el color. No es el color como relleno de las líneas trazadas por el carboncillo, obviamente; pero tampoco el color esparcido por el lienzo para evocar la evanescencia de lo que desaparece (de hecho, el color es en estos cuadros una aparición). Ni siquiera se utiliza para sugerir el movimiento, que es siempre el argumento esencial de la pintura. Estas son las gramáticas al uso del color, análogas a las que ordenan lo que se pronuncia. La poesía va siempre más allá, busca situarse en el extremo del lenguaje, donde decir se confunde con no (lograr) decir. Velilla sitúa el color bajo el amparo extremo de la poética. La misma que acoge a las palabras cuando son concebidas como inestabilidad. Como acaso. Como luz oscura. Pero el pintor no escribe en estos lienzos contemplados, al pintar los colores los conduce al lugar donde pierden su función (igual que las palabras en un poema) gramatical. Los sitúa donde su significar —el significado de un color es la acumulación de lo sustantivo que ha coloreado— permanece desasido de todo cuanto pueda ser sustantivo. El color que nada colorea al colorear. Que carece de condición, o mejor, que la desconoce al tratar de conocerla. Estos cuadros son apariciones y son latencias. De lo que se sabe (el color) y al mismo tiempo se ignora (lo coloreado). Un pie que al caminar se posa sobre un suelo que no es capaz de sostener el paso. Este hundimiento, esta inestabilidad, que lo es de visión y de pensamiento, describen el acto de mirar la pintura. Una fuga encuadrada en una tela que, de repente, arrastra la mirada que la observa hacia su intemperie cromática.