25, miércoles. Marzo. Dilema de epigramista



Mientras escribo mi Centena de Epigramas, a la velocidad de uno al día, algo inaudito ocurre en el tiempo social: un confinamiento por pandemia vírica. La escritura de epigramas, de repente, también se ve afectada: ¿no sería preferible que hablaran del presente concreto en lugar del presente como abstracción? ¿No es el epigrama el género de la brevedad idóneo para albergar contenidos sociológicos? Es difícil no responder lo obvio a estas cuestiones: los cauces de la escritura social bajan estos días desbordados de ingenio sobre el asunto. ¿No sería una buena oportunidad para unirse al coro, ya que de solista no tienes futuro? Una pregunta que incomoda, aunque la pregunta real resulte más hiriente: ¿Cómo vas a argumentar la negativa? ¿Como epigramista afásico, quizá? Es el propio género literario que escribo el que me interpela. Así, falto de razonamientos, empiezo a redactar epigramas confinados. Unos cuantos, no sé. Al llegar a la media docena me doy cuenta del problema. Ninguno es «mío», por una sencilla razón: mi experiencia se ha clausurado conmigo dentro y del exterior me llegan ingentes noticias, pero muy pocas vividas por mí, apenas un par de paseos hasta la panadería en diez días. Todo cuanto sé de lo que ocurre fuera me llega por la realidad interina de las cámaras, las pantallas, los archivos digitales. La frontera entre vivencia y reproducción no está nada clara en la época, pero conviene que como individuo la mantenga. Los epigramas de prueba que redacto son la reelaboración de visiones ya elaboradas. Como comprar una pizza congelada y echarle encima trocitos de embutido antes de hornearla. Idéntica chapuza. Así que borro todos los epigramas confinados menos uno —«Prometo no volver a decir que los argumentos de ciencia ficción me resultan inverosímiles. A partir de ahora los clasificaré como costumbristas»—, porque es un epigrama literario, vía temática que se justifica en Marcial, en los barrocos ingleses y en mi experiencia. Así que ordeno a los epigramas contestatarios seguir por la senda trazada desde el inicio. Yo seguiré confinado, pero mis epigramas harán como que no me ven.
    Por cierto, entre los epigramas latinos del galés John Owen  (1564-1628), revisitados en castellano por el humanista Francisco de la Torre (1625-1681), algunos mantienen cierta gracia en el presente, pero la carga ideológica es tan pesada que resulta difícil soslayarla. A veces, sin embargo, el paso del tiempo logra cambiarles el significado original y cobran las piezas, de repente, un sentido en el presente. Leo uno, por ejemplo, que me impacta. Se titula «Obra de tinieblas» y dice: «Obra de tinieblas es / La que en un mismo ejercicio, / Es útil para la especie, / Y dañosa al individuo». De la Torre explica así su significado: «Llama al ejercicio de Venus, obra entre tinieblas, por lo ciego, solitario, escondido y nocturno. Nadie ignora que Venus aniquila las fuerzas, menoscaba la vida, y consume el individuo, y al mismo paso es precisa para la conservación de la humana especie». Hoy ya nadie atribuye tanta maldad a Venus, pero cámbiese la primera vez que aparece el nombre de la diosa por «Coronavirus» y la segunda, por «Confinamiento» y se entenderá todo como escrito esta mañana, vigésimo segunda de la vida cenobita.