22, domingo. Marzo. Canción de los pájaros



El otro día, el quinto o el sexto del confinamiento, abrí la ventana porque hacía un sol hermoso fuera, por ver si me dejaba dentro alguna limosna de calle en forma de aire, y lo que se coló fue el trino repujado de un pájaro. Y poco después los gritos de un niño que jugaba en un balcón próximo. Ni un solo coche por la calzada. De repente, la falta de realidad revela otras realidades agazapadas.
    En la comida nos acordamos, entre risas, de las gaviotas. Con una puntualidad que ya quisiéramos para el alumnado, aparecen a las 12, se reparten jerárquicamente las papeleras del patio del instituto donde encuentran con facilidad restos de comida e incluso bocadillos enteros que se llevan pletóricas en el pico. Nos las imaginamos estos días llegar a su hora y encontrar, jornada tras jornada, vacíos los patios, las aulas, las papeleras. ¿Qué les pasará a estos humanos que ni siquiera asisten a la escuela?
   Mi amigo Fernando Fuentes, arquitecto, fotógrafo y observador de nubes, me envía un texto que ha escrito para acompañar tres fotos de un colega fotógrafo en una exposición virtual, que es la única realidad ahora permitida. Es la historia de lo que está ocurriendo contada por los pájaros. Un poema inquietante.
    En la radio —una realidad interina que sustituye a la realidad contagiada— esta mañana un colaborador ha explicado cómo ve desde el interior de casa comer a los pájaros que acuden a su balcón con solo colocar un poco de grano en un recipiente. Los pájaros acabarán siendo la metáfora de este tiempo de reclusión. Aquella realidad aplastada por la frenética realidad en la que se había convertido lo real antes de que se obligara por decreto a descubrir en el picotear de un pájaro la inaudita dimensión del silencio.