El sol de
invierno surfea sobre las olas que rompen en la playa con su neopreno plateado.
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Las
mañanas de helada avanzo por el borde, en el límite de la maleza, para no
estropear con mis huellas la espléndida blancura del camino.
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Al
oscurecer, las ventanas de los edificios les envían mensajes de respuesta a las
estrellas del cielo en lenguaje de destellos.
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Todos los
niños quieren ser futbolistas, pero dudo que sea un deseo suyo, más bien parece
fruto de la ciega voluntad que se manifiesta en la infancia por cumplir los
deseos paternos. Menos, los de las madres.
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Mis
palabras preferidas son aquellas que además de sentido manifiestan en su sonido
alguna imprudencia.
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Se podría
decir que disfruto equivocándome, aunque solo en los errores que comete quien
aprende. Y que echaré de menos cuando haya aprendido.
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En el suelo los pájaros avanzan dando saltitos, frágiles e inseguros. Se muestran curiosos y precavidos, pero cantan y su canto es señal de confianza. En el aire son certeza, potencia y silencio.