Un charco de luz que declina, la
tarde. Salto encima y los últimos brillos me salpican las piernas.
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El día se sienta en el suelo,
cansado, con la mirada fija en el fuego, que, indiferente, no deja de bailar.
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El misterio lo es porque cuanto
más se conoce resulta más misterioso. Cuantas más veces se entra, más se
tiembla al entrar. Cuanto más se piensa, más se descubre uno a sí mismo.
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Converso con el panadero, que me
cuenta lo que le oyó decir a su padre, también panadero, que se lo había oído
decir a su padre, el abuelo del panadero, que era también panadero. Un saber
elaborado durante tanto tiempo al calor del horno. Un pensamiento crujiente.
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Incongruencias del tiempo: me
reconoce y saluda un antiguo alumno por la calle y compruebo que tiene bastante
más edad que la mía cuando le daba clase.
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Fotografío las mañanas grises y
gélidas de enero para refrescarme durante las olas de calor del verano. Las
imágenes no consumen electricidad.
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El escritor que escucha el canto
de sus lectores es un marinero, acercándose a la isla de las sirenas, que no se
llama Ulises.