[Por la
actualidad que tiene la reflexión el día de hoy, en el que se va a debatir en
la sede de la RAE si tilde sí o tilde no
en el adverbio «solo», adelanto una entrada del volumen Azada de jardín (Diario) que en estos momentos se encuentra en
imprenta.]
11 de mayo de 2021, martes
Durante
décadas he tenido que explicar —y preguntar y corregir y calificar— como
correcto un galimatías ortográfico que la Real Academia Española daba por
norma. No era solo uno, sino varios, pero uno era el más doliente. Escribir así
la palabra «sólo» me parecía una aberración. Las llanas acabadas en vocal, dice
la ley ortográfica superior, no llevan tilde. Pues a esta se lo obliga. Tilde
diacrítica, me responde el manual. Ya, le digo yo. Ahí está el problema. La
tilde diacrítica sirve para distinguir un monosílabo tónico (él, qué…) de otro
átono (el, que…) porque la tilde es un signo gráfico de la prosodia, es decir,
una señal de que se han de pronunciar de manera diferente monosílabos formados
por las mismas letras. Porque la tilde solo muestra cómo se ha de pronunciar
cualquier palabra. Por ejemplo, los términos: público / publico / publicó necesitan la concurrencia de una tilde
sobre su tónica (o su ausencia, en el caso de las llanas) para saber cuál es su
sonido correcto, dado que en principio cualquiera de las tres sílabas que la
forman admiten tonicidad. Esta es la norma general que opera en la acentuación.
«Sólo», decía la RAE, lleva acento
cuando es adverbio, pero no cuando es adjetivo, «solo». La primera aberración
de la norma es que la tilde ha de distinguir dos palabras con idéntica
prosodia, lo que va absolutamente en contra de su esencia. Las dos palabras
poseen sílaba tónica en posición llana. Que la tilde diacrítica no distinga
sonido, sino formas, categorías morfológicas, es la cara B de la misma
aberración. Similar a usar un cuchillo para comer un plato de sopa. Como si bajo, el adjetivo se escribiera así,
pero bajo, el sustantivo que nombra un instrumento musical, tuviera que ir por ello acentuado: bájo*.
No creo que valga la pena adentrarse en
más explicaciones, pero no puedo callarme dos implicaciones de esta norma que
suponen sendas aberraciones más. Una, exigir al hablante conocimientos
filológicos para escribir con corrección su propia lengua, es decir, que sepa
distinguir un adverbio de un adjetivo. La morfología es una parte de una teoría
lingüística, y hay varias. Es bueno que los hablantes tengan ligeras ideas de
cómo se organiza su lengua, pero no me imagino a un cirujano examinando de
anatomía al paciente que espera ser operado, ni al expendedor de billetes de
autobús preguntando a quien desea viajar los rudimentos básicos de la mecánica.
Otra aberración semejante es desconocer que la propia lengua tiene recursos
propios para evitar la posible ambigüedad de una homonimia (de la que hay
cientos en la lengua), de forma que si alguien desea expresar que no va a
aparecer nadie esa noche a acompañarle escribirá «Ceno solo» y el lector no
tendrá ningún problema en entenderlo, porque si hubiera deseado decir que no
realiza en ese momento ninguna otra acción, esté solo o acompañado, dirá: «Solo
ceno». Y también se le entenderá. Entonces, ¿qué necesidad hay de tildar una de
esas dos expresiones? Una palabra llana acabada en vocal con tilde es una falta
de ortografía: «sólo», tan aberrante como sería «cára» (que puede ser
sustantivo o adjetivo) o «bánco» (que puede ser el ámbito natural de los ricos
o de los pobres, según se use), o cientos de palabras homónimas que son el embeleso
de los poetas vanguardistas.
Esta discusión que emprendo, la redacto
con once años de retraso. En noviembre de 2010, una nueva Ortografía de la RAE aconsejaba prescindir de la tilde en el
adverbio solo. Por fin, me dije, pero
apenas pude disfrutar del cambio porque, por suerte para mí, en mi último
período de profesor acumulé las materias de literatura que ningún otro profesor
del departamento quería impartir.
Vivía en ese limbo ortográfico feliz,
escribiendo cientos de solo
maravillosamente con la cabeza descubierta, cuando recibo las pruebas de unas
traducciones. Les echo un vistazo y me quedo de piedra. Alguien ha corregido
todos mis solos, en el texto de
presentación y en el texto traducido, y los ha convertido en sólo. Los cuento. En todo el libro hay
veintiséis. Veo erratas hasta en el título del libro que nadie ha tocado, solo
los sólo. Hablo con el editor, once
años después de que la RAE decidiera ser consecuente con sus propias normas
ortográficas, y me lo confirma. Ha sido él. En su editorial, todos los libros
acentúan «sólo» si es adverbio. Reviso el libro y no existe ningún «solo»
adjetivo del que deban distinguirse los adverbios. Veintiséis a cero. Una tilde
realmente necesaria. Una tilde que regresa como una pesadilla recurrente, un mal
que uno ve reaparecer cuando ya estaba curado. Un agobio: tener que discutir
obviedades. Recordé, entonces, que cuando empecé a dar clase una parte del
alumnado aún acentuaba sistemáticamente fué
y fuí, tilde que había sido suprimida
en 1956, treinta años antes de que empezara yo a trabajar. Descuelgo el teléfono para decir que siento
todos los problemas ocasionados, y que retiro las traducciones.