Veo una
exposición de Giorgio Morandi. El valor de su pintura es la verdad. Lo
contrario de la verdad no es, en el arte, una mentira, sino una decoración. En
un documental que pasan en la sala, un historiador del arte cuenta una hermosa anécdota.
Sus hermanas, que se ocupaban de los aspectos prácticos de su vida, al ver que los
cuadros se vendían bien, decidieron comprar un terreno para construir una casa
en un pueblo cerca de Bolonia. El arquitecto, al enterarse de que era para el
pintor, hizo un diseño para una casa sofisticada y enorme. Cuando le llevó los planos a Morandi, este,
tras verlos, buscó una hoja en blanco y le dijo: «No, lo que tiene que hacer es
esto». Dibujó un cuadrado, puso la puerta en el centro, dos ventanas a los
lados, un balcón arriba, en medio, y otras dos ventanas, y luego pintó un
triángulo en la parte superior como techo. Es decir, la casa que dibujaría un
niño. Y eso es exactamente lo que se construyó. Una casa como cualquier otra en
las inmediaciones. Porque lo contrario de lo verdadero, en arquitectura, es la
pretenciosidad y la arrogancia.
[Libro V, Epigrama XXVI]