Como poeta me veo impelido a
decir algo en contra del neologismo de moda: metaverso. Ya sé que la raíz «verso» en esta palabra no tiene nada
que ver con la poesía. Es algo que se podría discutir etimológicamente, aunque
en este caso ni siquiera interesa demasiado. Lo pernicioso del metaverso procede de su descarado diseño
para sustituir lo real. No lo que ocurre en la realidad, que nunca podrá dejar
de ocurrir, sino la realidad como fuente de los significados biográficos, es
decir, aquello que significa para una
vida. Es algo un paso más allá de lo que ocurre en este momento con la
informática —por ejemplo, ahora se quejan en las bibliotecas universitarias por
el hecho de que ni profesores ni alumnos se acerquen ya a los libros de una
manera significativa. Este ir más lejos trata de encasillar en el tiempo
digital todas las sensaciones, los efectos, las emociones, las ideas que antes
emergían del trato con la realidad. El verso vive de estos significados, que
emanan de lo real y al mismo tiempo lo explican, lo contradicen o lo interpelan.
Cuando los significados posibles lleguen codificados del metaverso, los versos habrán caído en desuso: se vivirá una
realidad perfectamente codificada. Prisiones a la puerta de las cuales se
prevén enormes colas para acceder.
[Libro V, Epigrama XXII]