Oigo que alguien cita a Víctor
Hugo para decir que algo es tan delicado como darse un beso a través de un
velo. La idea da qué pensar. Primero en Kafka.
El
día 3 de julio de 1916 se encuentra con Felice en la ciudad balneario de
Marienbad. Ya habían concertado matrimonio, aunque quizá ambos con más dudas
que voluntad. Tras un distante encuentro («Puerta con puerta, llaves a ambos
lados»), la comodidad del hotel y la belleza de los parajes colaboraron para
abrir puertas. En el Diario, el 6 de
julio, tras tres días de convivencia con Felice, en medio de otras extensas anotaciones
sobre sueños y relatos imaginados, escribe: «Con Felice únicamente he tenido
intimidad en las cartas, humanamente solo desde hace dos días». Ahí. el velo de
la distancia antes de caer al suelo
y, arrastrado por la corriente, volar a un rincón.
Pero
también el velo admite regresar después.
El 26 de septiembre de 1920, en Zürich, Rainer Maria Rilke le cuenta a Merline
las diversas melancolías que le ha dejado su presencia tras partir. Y cierra la
carta contándole qué ha hecho aquel domingo: «Acabo de pasar bajo el viejo
puente cubierto que lleva a la estación. He ido allí deliberadamente, para
hacerme cargo de que estaba caminando por donde un día sus pies, querida, se
posaron placenteros y curiosos. ¡Y pensar, ay, que se dirigían hacia mí!». Los
pasos sobre los pasos de la amada: un beso a través del velo del tiempo.