Escribe
—diré mejor: desvela— Enrique Lista,
en un ensayo sobre fotografía, que son «Otros fotógrafos con posición ya
reconocida en ese campo, comisarios, editores, críticos o coleccionistas,
[quienes] tendrán más papel en la legitimación que el que pueda tener un
supuesto público indiferenciado». Y me pregunto a continuación quiénes serán
los lectores diferenciados capaces de
legitimar a los poetas del presente. Los poetas con posición militan solo en la mediocridad de sus discípulos, los
antólogos andan despistados, los editores cuando no publican premios parece que
lo hagan al tuntún, los críticos no existen —los mejores reseñistas parecen
asalariados de alguna editorial; los demás, ecos de ecos—, los coleccionistas
(o mejor, compradores de libros) tan desorientados como el consumo en general. Pero
sí existe una voluntad legitimadora en la poesía. La ejerce cada poeta sobre sí
mismo. Se autoedita, se elogia, se publicita, se organiza actos y cuando hace
todas estas cosas, el público, indiferente, le considera un gran poeta sin
ninguna objeción.
[Libro V, Epigrama XX]