La idea de que poseemos objetos
que nos sobrevivirán es una concepción barroca. Y el Barroco dio los primeros
pasos de la época en la que aún seguimos, aunque es posible que el hecho de que
las cosas tengan más esperanza de vida que sus dueños ya haya dejado de ser una
de las grandes pesadillas del ser moderno. Hoy los objetos se diseñan para que
sean comprados varias veces a lo largo de una vida, es decir, difícilmente
ninguno durará más que su dueño. Por mi parte, aún no he terminado de pensar en
lo que me sobrevivirá. O tal vez sí. He acumulado carpetas durante años con
materiales, los usara o no. La última semana antes de cerrar un ciclo
profesional me encontré con un armario lleno. Montañas de papel que no podía conservar.
La memoria caligrafiada de algunas décadas de trabajo. Bien, sin tiempo para
otra solución, con los ojos cerrados, fue todo a la basura. De reciclaje, por
supuesto. No me supo mal. Estaba, quizá, entrenado. Durante años he visitado los
Encantes con asiduidad, donde se saldan los restos de vidas que ya no están. Y por
el suelo estoy acostumbrado a revolver no solo libros, pinturas o muebles, sino
también cartas, diarios, papeles íntimos, económicos, todo cuanto la gente cree
que les sobrevivirá. Allí aprendí que la única trascendencia es el presente. Ni
siquiera lo que hoy salvo guardándolo se redimirá. Tarde o temprano, acabará en
los Encantes.
[Libro V, Epigrama XVI]