Con la mirada perdida en la inmensidad de lo oscuro rastreo en la distancia, al otro lado de la ventanilla del tren de largo recorrido, el destello de lo que parecen insectos luminosos. Luces lejanas de incierto origen. Si en lugar de mirar a través del vidrio, contemplo su reflejo bajo la tenue bombilla del vagón, descubro mi rostro de concentración en lo abstracto. Los pensamientos recorren la piel del mismo modo que las ramas son arrastradas por la corriente del río en las inmediaciones de la fuente, en lo alto del monte. Existe una poética secreta de los tiempos perdidos. Una espera, un viaje nocturno, un retraso. La difícil intimidad con el espacio de quien se siente abandonado, ajeno al mundo, lejos de tareas, personas y realidades. Un tiempo que aguarda a que el tiempo arranque. El paréntesis que nadie comparte. Y el desvarío en el súbito enamoramiento de las pecas de la noche.