1
Juan José Martín Ramos, Juanjo, es un clásico de una
época sin clasicismos. Cuando abrió los ojos al no mundo contemporáneo solo
encontró un ápice de clasicismo entre los modernistas.
2
Los modernistas perdieron su época con la irrupción
de las vanguardias y, como quien pierde el tren, se quedaron compuestos y sin
horizonte. También Juanjo un día preguntó qué día es hoy, y hoy no llevaba
ningún nueve en el nombre. Se había quedado sin siglo.
3
Sin siglo empezó a escribir aforismos. Sin la
arcilla de los ochenta, que había moldeado el mundo, y sin el esmalte de los
noventa, que lo había coloreado.
4
Coloreado se muestra fugazmente el pensamiento con
el destello de un resplandor. Quien lo copie en su cuaderno habrá escrito un
aforismo.
5
Un aforismo es un pliegue de mármol en una túnica
griega sobre el que se desliza una mano.
6
Una mano de la mano de otra mano escenifican, las
dos manos juntas, el hábitat de un aforismo.
7
Un aforismo es para el cuerpo del pensamiento una
caricia. Una hoja arrancada por el viento que cae sobre el cauce y se va con el
río.
8.
El río es un accidente geográfico clásico. Clásicos
son los pliegues y rizos de la piel del agua cuando fluye y también el modo de
retratar a los transeúntes que se asoman desde el puente para contemplarlo con
el gesto misterioso de un aforismo.
9.
Un aforismo de Juan José Martín Ramos, Juanjo, es un
pliegue sobre el lenguaje que produce, al oírlo, un leve calambre semántico que
sorprende.
10.
Sorprende, sobre todo, el dejarse sorprender por la
ausencia de sorpresa. La verdad se esconde en la aridez de la verdad. Abro
comillas: “Todo empieza siempre por querer atrapar la vida en unas imágenes
que, al cabo del tiempo, ya nada significan”, fin de la cita. No de la cita que
tenemos Juanjo y yo con ustedes, sino de la literaria.
11.
Literaria es la condición que cumple aquel
pensamiento que le impulsa, por amor, a desenroscar el capuchón de la pluma.
12.
La pluma del escritor Martín Ramos solo tiembla
entintada sobre el papel cuando el propósito promete brevedad.
13.
Brevedad o breverías, una tras otra, también componen un rostro, aunque confiese no haberlo visto el autor.
14.
El autor ignora que la conciencia de que carece de
rostro, es decir, de que no tiene nada que decir, de que las imágenes ya nada
significan, dice más que cualquier mamotreto de páginas y páginas redactadas
por el escritor que sí tiene algo que decir.
15.
Decir es necesario, vivir lo es menos.
16.
Menos es para Juanjo una poética. Cito un aforismo:
“Cuando el intruso no es el otro”. Siete palabras bastan para desvirtuar la
máscara. Cito otro: “A mí me ha tocado ser yo”. Siete palabras bastan para
colocar la nueva máscara.
17.
Máscara era la encarnación del destino para los
griegos. De los pliegues de sus túnicas nacieron los aforismos. En el barroco
fue símbolo y en los pliegues de sus frases emergió la sorpresa. Para la
vanguardia fue la multiplicidad del yo y en los ecos balbucientes prendió,
lleno de personajes, el vacío.
18.
El vacío lleno de vacío es la máscara desprovista de
máscara del yo ausente del yo.
19.
Del yo cuyo decir hurga en el contenido que ya no
está, cito, “¿De verdad tengo algo que decir?” Seis palabras.
20.
Palabras que fueron palabra y ahora son palabras.
Montonera, pedregal, sotobosque. Ausencia que busca su significado en el
abandono de los significados.
21.
Los significados que significan tras la muerte del
significado. Yo asomado al puente sobre el río cuyo cauce no fluye. Máscara de
la máscara que los tramoyistas extraviaron. Luz apagada de lo trascendente.
22.
Lo trascendente reducido a espejismo. Cito: “Vivimos
en relación con los recuerdos que elegimos para atormentarnos”. La luz de una
estrella muerta que en el cielo del verano encandila los idilios.
23.
Los idilios deshilados. Cito: “Hoy hacemos el amor;
mañana seguiremos pagando facturas”. Sin siglo, sin significados, sin máscara,
sin yo, sin ilusión, sin rostro.
24.
Sin rostro, pero con lucidez, con verdad, con clasicismo de túnica griega, con elegancia modernista, con brillo en los ojos, con cazamariposas de relámpagos, con la luz de las supernovas muertas, con el estremecimiento de las palabras, con siete palabras que a veces son seis y otras veinticuatro, con la inmanencia del capuchón sobre la mesa mientras la pluma entinta el papel, con la voz de actor clásico, cuando los lee en voz alta, del escritor y editor Juan José Martín Ramos, mi amigo Juanjo.