Leónidas de Tarento, que vivió hacia el siglo III aC, es uno de los autores helenísticos de quien se conservan más epigramas, siendo un «poeta discreto», como le califica su antólogo. Conoció bien las penurias del oficio y le dedicó incluso un poema al ratón que quería robarle la comida que no había en su alforja. De Aristón, sin embargo, no se conoce nada, salvo tres epigramas; los tres, imitaciones de Leónidas. Su «discreción» aún fue mayor que la de su modelo. En el epigrama que imita al de Leónidas, también le pide a los ratones que no se coman su pan seco, que busquen casa donde «queso grasiento roáis e higos secos». Pero añade dos versos finales que dan un giro a lo previsible y convierten el epigrama en memorable:
Mas, si habéis otra vez de aguzar en mis libros
los dientes,
lloraréis,
llegados a un festín doloroso
La literatura, el gozo que desgarra: una pequeña lección epigramática del más fantasmal escritor de todos los tiempos.