Apenas miden nueve centímetros y medio de ancho, doce de alto. Dos miniaturas. Los encuentro muertos de frío en el montón de lo más barato en un puesto en San Antonio, el mercado dominical de libros viejos. Pago un euro y medio por cada uno. Solo ver el diseño geométrico de los cinco rectángulos enmarcados ya me ha producido un escalofrío. Es el que utilizó Josep Janés i Olivé, poeta y editor, en los volúmenes que publicó en 1937 y 1938, en la editorial que fundó durante la Guerra Civil.
Esta es la colección de menor tamaño de cuantas fue publicando Janés en aquellos años aciagos. La denominó Oreig de la Rosa dels Vents. Proyectó un volumen semanal. Y en las solapas aparece la lista de los libros que quería traducir al catalán y publicar. Los poetas alemanes seleccionados, que no llegaron a salir, eran Hölderlin y Rilke. Los rusos, que tampoco, Pushkin y Maiakovski. Y el país en guerra, razón por la que solo alcanzó a publicar diez números. Cinco poetas catalanes, uno francés (Mallarmé), dos ingleses (Shelley y Poe), uno portugués (Teixeira de Pascoaes) y García Lorca, que no se edita traducido, sino en versión original. Entre 1940 y 1941 por lo menos media docena de editoriales publicará literatura clásica en volúmenes de tamaño similar, entre ellas la célebre colección Yunke, la colección Más allá de Afrodisio Aguado, ediciones de la Gacela, la colección valenciana Flor y Gozo, la colección Polen o la colección Muérdago de editorial Tartessos, entre otras. Todas ellas con multitud de títulos y ediciones, fruto del final de la guerra y del heroico ejemplo de La Rosa dels Vents.
Sus volúmenes se imprimían en un papel de mala calidad, oscuro, áspero, pero con una tipografía modélica. Hay descuidos de bulto: el número dos sale dos veces y, claro, no hay tres; y el precio, 1,5 pesetas, se mantiene en varios volúmenes después de subirlo a 2 pesetas, enmienda que se hace con un sello de goma. Sin embargo, cada uno iba precedido por un pequeño estudio. El propio editor prologa el de Federico. Habla de «formas», de «raíces» (y cita la poesía árabe), de «música». Hace observaciones que se agradecen: «su poesía es fluida, pero no sencilla». Y cierra la nota biográfica final con una frase de hielo: «Su trágica muerte se produjo a medidos de 1936». La antología elige poemas de cada libro y acaba con una sección de «Poemes diversos» con tres textos que más tarde formarían parte del póstumo Poeta en Nueva York (1940).
El ejemplar que encontré ayer en el mercado le suma a la trágica época en la que fue impreso lo mal que le ha tratado el tiempo. Manchas de tinta secas, papel sucio, aunque los pliegos fueron cortados perfectamente, sin rasguños. Manchas ocres del tiempo sobre el mal papel, pero felizmente ninguna anotación. No siempre van de la mano libro y lectura en lo que uno encuentra en el mercado de viejo. En ocasiones es sobre todo lectura (libros corrientes más baratos), y alguna vez, con suerte, son sobre todo el libro, una edición primera, o curiosa, como la que encontré ayer y me traje a casa no por leerla, sino por salvarla. La edición que luego, por la tarde, abrí solo por contemplarla y me quedé atrapado en la tipografía, en el tiempo que latía en el papel, en la inagotable sorpresa lorquiana, leyendo una vez más los poemas en los que mi memoria, solidaria con su fatiga por lo diminuto, sustituía a los ojos.