Percibo, tanto en la redacción como en la recepción de los epigramas, una tensión entre la escritura introvertida y la escritura extrovertida. Cuanto más genérica la formulación del epigrama, más se reconoce; cuanto menos obvia, menos se aprecia. Algunos grandes escritores del siglo XX, autores de una obra que, por su hermetismo, ha planteado dificultades de lectura sobre las que se ha vertido una tradición exegética enorme, son popularmente reconocidos también por haber escrito libros sencillos y diáfanos que se han leídos en las escuelas y que han pasado por todas las manos adolescentes. Recordaré dos casos. Rainer Maria Rilke (1875-1926), autor admirable de las Elegías de Duino y de los Sonetos a Orfeo, dos cumbres de la poesía contemporánea cuya lectura no cesa de deslumbrar, es también autor de Die Weise von Liebe und Tod des Cornets Christoph Rilke (1899) (La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke), un cuento poético, de extremada claridad, que tras su edición popular de 1912 se convirtió en un éxito asombroso. Se decía que no había soldado alemán que no llevara un ejemplar en la mochila durante la guerra, y de esos derechos pudo vivir el poeta durante sus años más angustiosos, los de la sequía creativa. El otro caso es Juan Ramón Jiménez (1981-1958), autor al mismo tiempo del hermético La estación total (1946) y del popularísimo Platero y yo (1914), una de las primeras lecturas para generaciones de lectores. ¿Son Rilke y Juan Ramón los autores de La canción… y de Platero, o son los poetas de las Elegías y de Espacio? En la tensión que crea esta pregunta escribo epigramas. No me interesa la respuesta, que siempre resulta excluyente, sino la formulación: ¿la escritura puede ser al mismo tiempo clara y oscura?