3 de enero, lunes. Evocación de los juguetes

Las ilusiones son peligrosas. Si se resuelven en el presente, pase. Se convierten en alegrías. Menos perjudiciales mientras sean difusas, genéricas, y actúen como un impulso. Las ilusiones demasiado concretas y de largo alcance sustituyen a las pequeñas satisfacciones de la vida cotidiana y conducen a la frustración. Eso lo aprendí cuando tenía diez años. Quería un muñeco articulado de buzo Madelman. Como para Reyes había pedido regalos en años anteriores que no habían llegado, y realmente quería mi buzo, emprendí una auténtica campaña publicitaria de mi deseo en el trato con familiares, conocidos, vecinos. Una campaña insistente que consiguió, el Día de Reyes, que recibiera no el buzo que esperaba, sino tres buzos idénticos. Tres regalos que podrían haber sido diferentes se convirtieron en un único regalo redundante. Podría haberme divertido contar con un equipo de buzos, pero lo cierto es que la abundancia se convirtió en el primer desengaño. Nada que ver con la sensación de insatisfacción pasajera sufrida al no recibir lo esperado. A partir de aquel momento creo que decidí abandonar las apetencias en manos del destino y no he vuelto a tener una ilusión concreta por nada. A veces, cuando era adolescente, me entregaban un sobre con dinerito para que cumpliera un deseo. No me compraba regalos, iba gastando las monedas en revistas, cuadernos, cosas  cotidianas.  ¿Cómo se juega con tres juguetes iguales? En esta pregunta me quedé estancado. Hasta ahora.

[Libro V, Epigrama I]