Una
actividad que hace mucho que no hago, pero que repito cada año por estas fechas,
aunque solo sea en el pensamiento, es la de envolver en papel blanco las
figuritas y adornos del belén navideño. Las coloco con cuidado en una caja de
zapatos y elijo el rincón más alto del armario para guardarlas, que es donde
ahora están a perpetuidad. Para el próximo año. Es un trajín que no está
relacionado, aunque pueda parecerlo, con el paso del tiempo, y por eso me gusta
reproducirlo, aunque ya no lo tenga que hacer. Lo que evoca es el tiempo
cíclico, el de la naturaleza. La rosa que se marchita, la rosa que renace. No
hay tantas cosas que se repitan tan exactamente año a año, tan ajenas a la
temporalidad, como los preparativos de la Navidad. Nunca se envejece al
practicarlos, al contrario, la edad es un dato inofensivo mientras se desenvuelven
y, un mes más tarde, hoy, se guardan los recuerdos navideños.
[Libro V, Epigrama II]