Tengo la
impresión estos días de que la realidad virtual vela sus armas en vísperas de
lanzar un ataque definitivo contra la realidad. La real. Me puso tras la pista una noticia de ámbito local. Tras proporcionar
las cifras del comercio mundial a través de internet, que son estratosféricas y
ya afectan al pequeño comercio, la asociación de comerciantes de la ciudad ha creado
una plataforma de venta a través de la red para ofrecer a sus vecinos lo que ya
no compran en las tiendas del barrio. Me pareció una decisión con alto valor
simbólico. Pero cuando al día siguiente me entero de las transformaciones que anuncia
la red social más extendida, que incluso incluyen el cambio de nombre, ya no me
queda ninguna duda. Los usuarios, con la ayuda de unas gafas 3D, podrán crear
un avatar capaz de tener vida propia en la red. El propósito lo veo claro: que «real»
ya sea considerado en exclusiva el universo virtual y la realidad se relegue a
la categoría de mero pleonasmo.
Creo que existe una razón profunda en la concepción del ser humano para que el propósito obtenga un éxito inmediato. El homo sapiens se ha propuesto, desde su aparición, dominar la naturaleza que le rodea en todos sus ámbitos (hasta límites que hoy podrían incluso acabar con el planeta), pero ha chocado siempre con un aspecto de la naturaleza frente al que ha logrado solo avances parciales: las leyes del espacio-tiempo. La informática de la próxima generación se plantea ya como un asalto definitivo a estas leyes: la posibilidad de derrotar el vínculo obligado del homo sapiens a un lugar y al paso del tiempo. Unas gafas 3D y un programa adecuado permitirán a cualquier persona que lo desee vivir otra vida, en un lugar que elija y con una edad diferente a la suya... Una experiencia que ocurrirá en su cerebro, que es —antes que los sentidos— el elemento por excelencia para identificar la realidad que ante él se acredita como real.