21 de enero, viernes. Noctámbulos interiores

Me despierto con la sensación de haber tenido una noche de sueños ajetreados. No recuerdo ninguno. O quizá solo una sombra. Diría que, una vez más, transcurren dentro de una aula. Me doy cuenta ahora, casi dos años después de haberlo abandonado, de lo mucho que me gustaba mi trabajo de profesor y de cuánto lo añoro. Es curioso, descubro lo que no vi en tantos días de cinco horas seguidas de clase. Creo que el subconsciente, que duerme durante el día para poder corretear despierto por las noches, no ha sabido nunca lo que es trabajar: cumplir un horario, apechugar con las condiciones del clima —frío, calor, humedad—, con las circunstancias cambiantes de los adolescentes y jóvenes ahí sentados, qué sé yo, tantos aspectos agotadores que mientras se producían el fabricante de sueños roncaba, como un principito en su reino de tules y terciopelos. Y ahora es él, el de las manos impolutas, quien reivindica dentro de mí el trabajo que nunca desempeñó. 

[Libro V, Epigrama III]