3, lunes. Mayo. Cuestión de estilo

En poesía, y aún con mayor claridad en arte, existen dos maneras de concebir la creación. Una es la que aspira a un estilo personal, con marcas formales y expresivas que resultan reconocibles de inmediato. Es el caso de Lorca, de Picasso, de Miró. Se estiliza la creatividad en busca de un gesto de identidad a partir del cual se desarrolla la obra, a veces incluso con notables variaciones de soportes y técnicas. De hecho, en el mundo del arte, y también de la literatura, los artistas que logran ese trazo personal acaparan el mayor prestigio. En un ambiente caótico y laberíntico, su personalidad parece ordenarlo de súbito al ser identificada con un simple golpe de vista. «Un Mondrian», se afirma sin casi mirar el cuadro.

Hay otros escritores y artistas que nunca han querido desarrollar esa marca de estilo personal. Cada proyecto que emprenden es como si lo realizara un artista diferente. Aprecio, por esta razón, la obra escultórica de Susana Solano. La observación de su trabajo me ha enseñado a prescindir del anhelo de un estilo como quien registra una marca en ese hiperlenguaje ideal para usos masivos. Así, artistas refractarios de los signos de identificación, como Gerhard Richter o Joseph Beuys, se han convertido para mí en modelos a partir de los cuales pensar la escritura. Y he acabado prefiriendo también a los autores que nunca han desarrollado un estilo reconocible de escritura, los que lo descubren en cada libro que escriben. Poetas que encarnan el caos y el laberinto al que pertenecen.

 [Clarín nº 151. Enero-febrero, 2021]