15, jueves. Abril. Plaza del Norte

La plaza del Norte contribuye con su grano de arena a la desorientación esencial de la ciudad. Tampoco es una plaza de la ciudad, sino de Gracia, cuando era un pueblo desde el que, en días claros, se veía a lo lejos la muralla de otro mundo que ya amenazaba con expandirse sobre la llanura agrícola. A diferencia de aquel monstruo que acabó por atrapar a la villa provinciana, y que desconoce lo que es una plaza, Gracia es un pueblo organizado alrededor de sus plazas. Pero la del Norte tampoco está al norte de Gracia, si acaso al noreste, que es donde los ciudadanos de esta ciudad sitúan el norte, veo, ya desde antiguo. Por eso cuando los barceloneses consultan un mapa de Google orientado no reconocen nada. Viven su ciudad con su particular sentido, más de poblado maya que de campamento romano. Lo que, para ser una ciudad inscrita sobre un plano tan racional, resulta curioso.

         No es la única anomalía de la plaza del Norte. Es tal cual una plaza ferroviaria. La preside la estación, el edificio de los Lluïsos, una institución religiosa que ha derivado en una entidad cultural. Enfrente, al otro lado de la plaza, una serie uniformada de bloques menestrales evoca el alojamiento para el personal ferroviario. En medio, dos líneas paralelas de bancos de madera, bajo la umbría de nostálgicas acacias, no podía reproducir con mayor exactitud el orden de una sala de espera. Una plaza ferroviaria por donde no pasa ninguna línea de trenes.

         Si regresara a la infancia de repente, creo que elegiría la plaza del Norte para que me llevaran mis padres a la salida del colegio. Es la que más se parece a las plazas donde disfruté de niño. La zona de juegos infantiles está rodeada por una cerca de madera, discreta y práctica, sin asomo de remilgados diseños, y el interior preserva el oro de la infancia: un pavimento de abundante arena. Quizá se refería a esta plaza, la de la infancia recuperada en el significado de sus arreglos urbanísticos, Salvador Espriu cuando escribió «I com m’agradaria d’allunyar-me’n, / nord ellà» («Cómo desearía partir / hacia el norte») en el más famoso de sus poemas, aquel donde reconoce «Però no he de seguir mai el meu somni» («Pero no cumpliré mi sueño») porque por un presente nómada en el tiempo no es necesario que pasen trenes que alejen del lugar.