4, sábado. Julio. ¿En verso o en prosa?



¿Lo digo en verso o en prosa? Es una pregunta que me hago a mí mismo solo para tener algo de lo que hablar. Los antiguos dejaron en herencia el verso como expresión privilegiada de lo imaginario. Cuestión más interesante quizá sea descubrir qué significaba exactamente «verso» en cada una de las épocas. El tránsito de la poesía a la literatura coincide con la emancipación de la prosa como interlocutor posible de lo imaginario. Y tras la lenta desaparición de las élites cultas y su sustitución por el lector anónimo, que con el mero gesto de comprar un libro se convierte en el epicentro de los valores artísticos, el verso ha ido cediendo paso al monopolio de la prosa. En el tránsito entre el XIX y el XX ocurre una nueva inflexión en las relaciones del verso y la prosa. Se produce de modo emblemático en el teatro, que abandona el verso milenario en favor del lenguaje verosímil, pero también en una profunda transformación de los géneros, que de repente caminan hacia sus opuestos. Mientras la poesía se desespera por abrazarse a una significación —cuanto más contingente, mejor— que nunca había necesitado para existir, la prosa se apodera de aquella escritura, la poética, en la que la exigencia formal crecía de espaldas al significado. Diversos autores, de distintas corrientes, podrían ilustrar uno y otro movimiento, tanto el radical empobrecimiento de la poesía, como la poetización de la prosa, pero resulta curioso que ambos movimientos coincidan en el mismo autor, poeta y narrador a la vez, y además bajo el ámbito del «Epigrama».
    Silvio Kossti —pseudónimo del escritor y político Manuel Bescós Almudévar (1866-1928)— publicó en 1920, en la Editorial Pueyo, emblema del Modernismo, un volumen exquisitamente editado que tituló Epigramas. Se trata de un libro tardío en la época en la que aparece, y de una estética ya decadente. En él se alterna, sin embargo, verso y prosa de manera indistinta y la comparación estilística de ambas escrituras llama la atención. Uno de los poemas tomado al acaso, el que se titula «Fuga», empieza en el estilo prosaico de una narración costumbrista: «Hondamente preocupado / Por negocios que iban mal / Fui a casa de un abogado, / Que vivía algo apartado, / Al fin de la calle Real…». La estructura significativa, indiferente al verso, se construye a través de explicaciones de una lógica literal (preocupado por) y por una descripción locativa convencional (casa, apartada, calle), dentro de una selección léxica de la lengua coloquial (negocios que iban mal). Dos páginas después se publica un texto en prosa, «En el surco», del que selecciono dos párrafos, el primero y el último: «Ya las sombras se alargaban sin término sobre la gleba polvorienta y el sol se envolvía para acostarse en un riquísimo pijama de nubes rayado de polícromas bandas. […] Al doblar la besana, la reja mordía el margen del camino, por el cual venía un mozo de tez bronceada como la estatua de un Dios antiguo y cuyo brazo amoroso enlazaba el talle de una zagala núbil, que al reírse parecía brindar al apetito varonil la flor sangrienta de sus labios». En una primera lectura se advierte que la lengua ha elevado su nivel, hacia una selección léxica culta, y la significación evita construirse mediante la dicción literal; por el contrario, prefiere la expresión figurativa y metafórica. No es Kossti un autor capaz de crear modelos, pero sí parece un autor permeable a los modelos estilísticos de su época. Y resulta interesante solo desde este punto de vista, como reflejo en el mero charco de sus epigramas del cielo cambiante de las concepciones literarias de la época.