El Sol de la tarde de un día de verano aprovecha que no pasa nadie por la calle para sentarse a descansar a la sombra, en un banco distraído del parque. Empuja piedrecitas con el bastón por matar el tiempo cuando algo atrae sus rayos, que provocan un mínimo destello. Una medalla. Sucia, pequeña, descuidada. Una medalla, y por detrás, una inicial. Una ele. La guarda en el bolsillo de los pantalones. De lejos le llega el alboroto de un grupo de muchachos botando una pelota. Tiene trabajo, hacerlos sudar. Se levanta con este propósito y olvida lo encontrado. Al final de la jornada, el Sol del atardecer se encamina despacio a su morada al otro lado de los montes. Observa que el pantalón, desde el bolsillo, le hace un extraño. La plata de la medalla ha aprendido a iluminar. Una incandescencia azul que maravilla. «¿Esto será lo que llaman noche?», se pregunta. «En efecto», le responde la Luna desde su silencio.