7 de julio, viernes. A vueltas con Correos


Como si estuviera la corporación entera dedicada a sorprender cada día a sus usuarios, últimamente Correos me recrea con espectáculos inéditos. Como aquel día en el que recibo en mi casa una carta que había enviado tres días antes a un amigo. Sin ninguna anotación de «Devuelto» ni «Desconocido» ni nada que tan desolador resulta cuando ocurren estas cosas. Compruebo la dirección. Está perfecta. El destinatario la espera. ¿Qué ha ocurrido? Acudo a la estafeta para que me echen una mano. Me lo explican en seguida: ha sido enviada al remitente (consignado en la parte posterior), en lugar de al destinatario. Un truco fácil, pero efectivo.

         El de hoy lo supera. Me devuelven una carta escrita a otro amigo que hace años vive en la misma dirección de Santa Cruz de Tenerife. Por encima, ahora sí, las rayas sobre la dirección y el habitual «Desconocido» que indica una devolución. Me acuerdo de aquella época en la que los carteros eran capaces de entregar una carta en una ciudad en la que solo figurara un nombre. En cierta ocasión recibí un envío en mi domicilio en cuyo sobre figuraba, por error, el nombre equivocado de otra calle que estaba en la otra punta de la ciudad. Era el pasado. Llamo a mi amigo y le pregunto: ¿te has mudado de casa y no me lo has dicho? En absoluto, me responde. Soy yo, lo sé entonces, quien se ha equivocado. En lugar de 38007, que es su código, he escrito 38005. El resto de la dirección (nombre, calle, número, portal y piso) está correcto. Un excelente motivo para devolver la carta. Las máquinas que las discriminan no comprenden el concepto de error, sin el que ningún conocimiento podría haber existido, ni siquiera ellas. Tengo la impresión de que la inteligencia artificial nos convierte cada día en más idiotas.