Una
noticia que oigo en la radio me llama la atención. Un policía que trataba de
detener a un ladrón que quería despojar de un reloj a un turista fue apaleado
por este y sus amigos al creer que era quien les estaba robando. El ladrón
aprovechó la coyuntura para patalear también al policía. El caso presenta
algunos aspectos interesantes. Solo pudo ocurrir porque durante el
acontecimiento hubo una confusión de papeles entre policía y ladrón en la
percepción de los turistas. De modo que el ladrón era alguien que ofrecía confianza, y
por eso le dejaron propinar patadas al policía, mientras este les pareció
obviamente un ladrón. El intercambio de identidades, a poco que se piense,
resulta obvio. El ladrón, para robar, debe poseer una imagen agradable cuando se acerque demasiado; el policía, para despistar a los
delincuentes, ha de ataviarse según el modelo barriobajero al uso. Sin este
cruce de aspectos no es posible comprender la confusión, que también yo
experimenté una tarde al presenciar una detención en el Raval. Si me hubieran
dejado elegir, no lo hubiera dudado, me hubiese ido a tomar algo con el ladrón,
un tipo guapo y bien vestido. La pinta del policía era de cambiar acera en la
calle. De lo que se deriva que las categorías con las que percibimos la
realidad, tanto las empíricas como las conceptuales, están completamente
erradas. Y solo sirven para hablar sin decir nada.
[Libro V, Epigrama XXV]