En supermercados y verdulerías he
observado que venden los guisantes pelados en envases de plástico. Es un
producto que me da pena ver. Como si la bolsa transparente fuera la tumba de los
frutos. Aunque lo que hay dentro de esa tumba, me doy cuando ahora, es mi
adolescencia. Mi madre me pedía que pelara los guisantes que compraba a menudo
cuando eran frescos. Creo que le recordaban a su tierra, porque solía cocinar
todo con guisantes. Y a mí me elegía como pelador habitual. Era una tarea que aborrecía.
Lo practicaba de mala gana. Mi madre me lo pedía contenta, yo cumplía a
regañadientes. Vivía en la estupidez de la adolescencia. Pero ahora recuerdo aquellos
momentos con un inusitado placer. La delicada y sensual manera de vaciar las
vainas y la montaña de verdor que iban creando las manos.
[Libro V, Epigrama XXIV]